Isla Reunión

Con una diversidad natural más propia de un continente que de una isla, Reunión emerge del océano Índico como un gran volcán. Sus laderas descienden hasta maravillosas playas entre fragantes aromas de África y Asia.

Por Pilar Tejera
Pocos lugares tienen un nombre tan acertado, porque si la isla Reunión se llamara Tierra de Fuego, Isla del Tesoro, o Playa Serena, pongamos por caso, no resumiría en una sola palabra cuanto ofrece. Este pedazo de tierra francesa transportada a las aguas del Índico bebe de las fuentes de África, Asia y Europa, y se empeña en cambiar todos los tópicos habituales de las islas tropicales. Claro que tiene playas y cocoteros y las aguas de color turquesa que se estampan contra su barrera de coral bordan un delicado encaje de espuma blanca. Pero ésta es sólo una parte del semblante de una isla que emerge con una diversidad y una personalidad más propia de un gran continente que de una isla. En esta montaña posada sobre el mar, los desiertos se dan la mano con los bosques tropicales y alpinos. Los macizos volcánicos, los ríos de lava y los desfiladeros comparten escenario con cascadas, playas de arena negra y bosques de tamarindos. Y los mangos procedentes de la India, los lichis de China, la vainilla de América Central y los geranios de África del Sur alfombran sus valles y plantaciones convirtiendo Reunión en un jardín botánico encantado.

Las variadas caras de la isla
A grandes rasgos, la fisonomía de la isla se resume en tres semblantes: el exuberante interior, repartido entre frondosos bosques, circos y volcanes casi en contacto con las nubes; la costa, algo dulcificada en la parte oriental, con playas más suaves, y el Salvaje Sur, tan salvaje que la visión de las olas estampándose contra los acantilados y los ríos de lava resulta sobrecogedora.
Dicen que la isla surgió como un experimento botánico, que fueron los capitanes de navíos los que la adornaron con frutos de todos los rincones del mundo. Y aunque de eso hace ya cuatro siglos, cuando la Compañía de las Indias Orientales conquistaba el vasto mundo, el mestizaje de esencias sigue haciendo de esta tierra un lugar de difícil catadura.
Para seguir la singular historia de Reunión hay que comenzar en el norte, donde perduran las huellas de los primeros asentamientos franceses: Saint-Denis, La Possesion y Saint-Paul. En estas localizaciones, las plantaciones de café, los cañones apuntando al mar, las mansiones criollas, las avenidas de palmeras y hasta las cuevas de piratas, recuerdan unos tiempos de buscadores de tesoros en busca del edén.

Asentamiento ideal para piratas y pioneros
Echen sino un vistazo a la gruta de los Primeros Franceses, al norte de la ciudad más antigua de la isla, Saint-Paul, donde se refugiaron los primeros colonos, y al vecino cementerio, donde hay numerosas tumbas del siglo XVIII en las que descansan los hacendados de las primeras plantaciones de café, pero también la del pirata la Buse, quien rindió su barco después de enterrar su botín en algún rincón de la isla.
Allá por 1667, Saint-Denis tomó el relevo de la capitalidad a Saint-Paul, cuando el primer comandante de la isla –llamada entonces Bourbon–, un tal Etienne Regnault, comprendió que su bahía natural se prestaba mejor a la navegación y que el asentamiento comunicaba directamente con unas tierras que serían las más productivas de la isla. Saint-Denis, con sus viejos almacenes, sus residencias criollas, sus construcciones militares, el aire antiguo de la plaza Bourdonnais, sus viejos cañones y sus jardines públicos –el jardín de l'État es magnífico–, es un concentrado de otros tiempos. No lejos se halla La Grande Chaloupe, el lugar que alojaba a los «empleados» –esclavos africanos, malgaches e indios– antes de destinarlos a las plantaciones.
Pero a Reunión se viene también, además de a recibir lecciones de historia, a vagabundear, a quedarse embobado con el espectáculo de los mercados y de los pescadores en St-Gilles-les-Bains y a zambullirse en sus magníficas playas.
Entre las playas más frecuentadas destacan Boucan-Canot, al sur de Saint-Paul, protegida de los tiburones por la barrera de coral;la de Saint-Pierre, más popular, y la Grande Anse, situada en el inicio del llamado Salvaje Sur. A Reunión también se viene a perderse, mochila al hombro, por los senderos que se introducen en el interior –existen más de mil kilómetros de pistas de bicicleta y numerosas rutas para recorrer a caballo–. El circo de Mafate es una de las citas ineludibles en el centro de la isla. Sólo es accesible a pie o en helicóptero y es el favorito de los amantes del senderismo por sus profundas gargantas y su vegetación impenetrable.

Exuberante y sorprendente centro de la isla
A Mafate le hace justa competencia el circo de Cilaos, con sus túneles, sus paisajes que quitan el aliento y el agua caliente y espumosa que brota de sus fuentes subterráneas; además, cerca se alza, a más de tres mil metros, el Piton des Neiges, con una edad de más de dos millones de años. Pero no acaban aquí las sorpresas del interior. Salazie es el circo que recibe más agua, las vistas sobre sus incontables cascadas son insuperables y la vegetación recuerda a una escena de El libro de la selva, sobre todo en la húmeda zona de Takamaka. Coronando Salazie se halla Hell-Bourg, población galardonada con el premio «Pueblo más bello de Francia», aunque las mansiones criollas y la población mestiza poco –o nada– recuerdan a la Francia continental.
En Reunión, para seguir haciendo honor a su nombre, no falta tampoco el paisaje lunar. El Piton de la Fournaise, el macizo volcánico que todavía se enfada regularmente, es un espectáculo de fuentes y ríos de lava que descienden hacia el mar. Cerca, la Plaine des Sables, le hacen a uno sentirse en el desierto más árido del mundo.
La Fournaise pertenece ya al llamado Salvaje Sur, igual que las poblaciones Petite-Île y Saint-Philippe, que no tienen mucho que ofrecer, pero entre ellas está el Jardín de las Especias, uno de los mayores jardines botánicos que siembran la isla. Cuatro hectáreas de árboles, entre los que se encuentran algunos ejemplares centenarios, recrean el antiguo campo de pruebas que fue Reunión. Cardamomo originario de la India y Ceilán, clavo y nuez moscada de las Molucas, jengibre de Malasia, pimienta blanca, negra o roja, traídas de todo el océano Índico... una interminable lista entre la que destaca la vainilla, de la que Reunión llegó a ser el primer productor mundial. Hoy, las plantaciones de vainilla que quedan se reparten en los bosques de la costa oriental y aún se fecunda a mano con las primeras luces del día, tal y como se hacía antaño.
En la costa este, quedan más sorpresas naturales y multiculturales. Así, después de un paisaje de ríos de lava fría que desembocan en el mar, la vista se tropieza la iglesia de Piton Sainte-Rose que, rodeada de lava, recuerda con sus exvotos y ofrendas florales cómo se salvó de la última erupción. También católica, la iglesia barroca de la pequeña población de Sainte-Anne cuenta con el honor de haber sifo elegida por Truffaut para rodar la escena de la boda de Catherine Deneuve con Jean-Paul Belmondo en La sirena del Mississippi. Y si el estilo naïf de esta iglesia nos ha sorprendido, habrá que prepararse para ver los coloridos templos tamiles de Saint-André. Más colores para mezclar con los miles de aromas de esta isla que reúne tantas y tantas maravillas y sensaciones.

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