LOS OSCOS

¿Cómo era la vida en Asturias hace dos siglos? Para saberlo basta coger el coche, poner rumbo hacia el occidente del Principado y llegar a la comarca de los Oscos, colindante con las tierras gallegas de Lugo y formada por tres concejos –Villanueva de Oscos, Santa Eulalia de Oscos y San Martín de Oscos– con un marcado sabor añejo.

Por Nani Arenas
Los tres municipios de los Oscos asturianos comparten ese ambiente rural tan desconocido como añorado en nuestros agitados tiempos modernos, una naturaleza prácticamente virgen, una arquitectura típica conservada gracias al aislamiento geográfico y unas gentes, pocas, muy arraigadas a su tierra. La emigración propia de las zonas rurales fue en los Oscos muy marcada, aunque últimamente almas solitarias se han instalado en las casas de pizarra abandonadas y han recuperado viejas actividades artesanales. La suma de todo ello contribuye al aire bucólico y paradisiaco de este occidente asturiano.
Los habitantes autóctonos, esas personas de rostro arrugado, son auténticos catedráticos del pasado. Ellos compartirán gustosos con los visitantes unos «culines» de sidra y una ración de zorza –picadillo de cerdo– mientras explican en fala, dialecto que mezcla expresiones del bable y el gallego, que los Oscos no siempre fueron una comarca aislada y olvidada. Ni mucho menos.

Vestigios de férreos trabajos
Quizá sea un poco exagerado hablar de prosperidad, pero sí es cierto que en los Oscos se vivieron tiempos mejores. De estas tierras salían la mayor parte de cazos, sartenes, arados, azadones, navajas y cuchillos, palas, picos, tenazas y herraduras con las que cocinaron o trabajaron el campo no sólo asturianos y gallegos, sino también muchos españoles y más de un europeo. Y es que las entrañas de los Oscos eran ricas en hierro. Los afluentes de los ríos Eo y Navia que bañan su epidermis y la abundante madera de los bosques alimentaban las fraguas de los herreros. El vecino puerto de Ribadeo contribuía a la comercialización por mar de las obras de estos hábiles artesanos del hierro, mientras que los lomos de las mulas ayudaban en el transporte hacia Castilla.
La prueba más clara de este pasado la encontramos en el monasterio cisterciense de Santa María, en Villanueva de Oscos. Construido entre los siglos XII y XVII y protegido como Monumento Histórico Artístico, el cenobio fue importante estación jacobea para los numerosos peregrinos que entraban en Galicia por Allande.
Sin salir del concejo de Villanueva, otra visita obligada es la parroquia de Morlongo. Al llegar, sorprenden el castro, el molino y, sobre todo, los originales hórreos con cubierta de paja, más conocidos como teitos. Las almas más solitarias podrán escoger entre recorrer la sierra de Pumarín en busca de las necrópolis prehistóricas o visitar pueblos casi abandonados, como San Cristóbal, donde sólo habita una pareja, la aldea de San Mamed, con sólo dos familias, o Martul, con más población pero igual de escondida. La tranquilidad de estos parajes incita a la conversación y a la hospitalidad.
La serpenteante carretera discurre entre bosques repoblados de pinos y antiguas casas de pizarra hasta Santa Eulalia de Oscos, o Santalla, como le dicen los lugareños. Las raíces de la tradición herrera las encontramos en Mazonovo. El mazo –ferrería antigua– funciona actualmente como Elemento Etnográfico y la visita se completa con el complejo hidráulico del cauce y la presa para el suministro de agua. También se observan restos de mazos en las proximidades del río Agüeira y de sus afluentes Caraduxe y Pumares, todos ellos bien señalizados. La industria del hierro funcionó en la comarca hasta el siglo XIX, fecha en la que se desarrolló la industria siderúrgica de la zona del Nalón, en el centro de Asturias, y la del País Vasco.

La herencia de un ilustrado
El concejo de Santa Eulalia de Oscos es también cuna del creador de la famosa cerámica de Sargadelos. Antonio Raimundo Ibáñez, marqués de Sargadelos, nació en la aldea de Ferreirela en 1749. Precisamente recién salida del horno está su casa-museo. Merece la pena no sólo contemplar cómo vivía el marqués, sino ver también el proceso de elaboración de esta loza que se ha convertido en el símbolo de la artesanía gallega. Aprovechando el paso porFerreirela, pregunten a cualquier lugareño o al mismo guía del museo, José Luis, por las bodegas subterráneas. La excursión vale la pena.
Si lo que se quiere es descubrir la naturaleza salvaje del concejo, se puede hacer siguiendo a pie las diversas rutas señalizadas, como la de la cascada de Seimeira o la del Forcón de los ríos. Y es que Santa Eulalia es el municipio con menos población, pero más rico en espacios naturales.
Una vez ejercitadas las piernas, la visita se puede completar con un recorrido en coche siguiendo los pueblos donde trabajan artesanos tradicionales. Yo empiezo en Santalla, concretamente en el telar de Irene, donde aún se tejen chales y jerséis como antaño, y sigo hasta Brañavella, donde Antonio Magadán me enseña cómo se hacen navajas; en Barreiras veo los trabajos de cantería, y en Caraduxe compro artesanía de cuero realizada por una de las dos parejas instaladas en este pueblo abandonado.
Prosigo mi viaje rumbo a San Martín de Oscos. Más de la mitad de este municipio es terreno forestal, y aunque abundan las especies repobladas de pinos, todavía se ven manchas caducifolias de castaños, robles y abedules, la vegetación más identificativa de la comarca de los Oscos.
Por aquí abundan los hórreos de dos alturas, como el de San Pedro de Ahío. Pero si hay una construcción que destaca es el Pazo de Mon, situado en el pueblo del mismo nombre. El palacete, sobre una roca, está catalogado como uno de los más importantes ejemplos de arquitectura civil del estilo barroco astur-galaico. Sus dimensiones contrastan con el tamaño de la aldea, pero lo mejor es que al contemplarlo vuela la imaginación, porque esta gran casa ha sido protagonista de cuentos y leyendas sobre princesas cautivas y cuélebres o serpientes carceleras.
La capilla del Ecce Homo y la iglesia parroquial de San Martín son las dos visitas que elijo antes de iniciar otra ruta por aldeas abandonadas –San Pedro de Agüeria, Piorno, Villarín de Trasmonte...– donde las prisas, la tecnología, la moda, la contaminación, el mundo entero, tienen un papel secundario.

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