VALENCIA

Esta ciudad se ha abierto camino apostando a lo grande por la arquitectura de vanguardia, el arte y la tecnología, afirmando su propio lugar entre las grandes capitales europeas.

Por Llum Quiñonero
La brillante y luminosa ciudad renacentista ha llegado remozada al siglo XIi.
En los últimos años ha crecido una red de metro modernísima que ha soterrado el viejo trenet –tren de vía estrecha– que recorría la huerta uniendo los pueblos y la ciudad que crecía sin freno. Un flamante tranvía la une con la playa –el tranvía a la Malvarrosa– que tan lejos quedaba antes, más por inaccesible que por distante. Los monumentos se limpian, se restauran. Se levantan museos nuevos y se reparan los viejos. El cauce del Túria se ha convertido en un parque único en una ciudad que, a pesar de quedarse sin río, ha ganado un pulmón verde serpenteante y kilométrico que la abraza.
Si se recorre el antiguo cauce en dirección al mar se topa con las últimas grandes apuestas: la Ciutat de les Arts i de les Ciències, con L'Hemisfèric y L’Oceanogràfic.

La nueva arquitectura
Desde el puente o desde la altura del mismo cauce del Túria se contempla un espectáculo de edificios esculturales, blancos, monumentales, ro-deados de verde, de pequeños y grandes lagos, de caminos y paseos. Cada uno de los edificios de esta ciudad de las artes y las ciencias es magnífico en sí mismo. El primero en inaugurarse, el año 1998, fue L'Hemisfèric, una obra del valenciano Santiago Calatrava con una pantalla gigante de 900 metros cuadrados en la que pueden verse simultáneamente tres grandes espectáculos audiovisuales.

Un gran ojo humano
El edificio por sí solo resulta atractivo, insólito; dicen que es un ojo; lo será, más cuando los ventanales cierran su párpado con un complejo sistema hidráulico y lo ves reflejado en el agua postiza de este río, un estanque rectangular de 24.000 metros cuadrados que arrastra modernidad y nuevas tecnologías. Si sus 14.000 metros cuadrados lo convierten en un edificio monumental, su tamaño queda reducido al ver crecer a su lado la otra gran obra de Santiago Calatrava. En el Museude les Ciències ha construido una especie de catedral laica, transparente, luminosa, con enormes columnas que semejan árboles de sal, o resplandecientes estructuras de barcos en construcción, o mastodónticos huesos de animales fantásticos. Sea lo que fuere, el espacio resulta imponente, magnífico incluso al margen de su uso.

Mirador a la ciudad
El majestuoso edificio del museo está sostenido por cinco columnas grandiosas. Sus tres plantas se han convertido en un balcón abierto, blanco, diáfano, desde el que mirar una ciudad que merece ser mirada. Al fondo, el puerto, el mar. A ambos lados, enormes avenidas que crecen sin pausa y la ciudad bulliciosa de siempre con sus palacios, sus cúpulas azules, su ruido y su luz intensa.
Otro de los puntales de la nueva Valencia, L'Oceanogràfic, se ha concebido como un parque natural, como un centro científico y educativo que, en 80.000 metros cuadrados, abarca nueve áreas temáticas, con un total de 22 acuarios de gran tamaño. Éstos se han ubicado en los edificios que rodean el gran lago central.

La ciudad submarina
Así, sin salir del viejo cauce del Túria se puede contemplar, por ejemplo, la vida acuática de las Bermudas o de las islas Canarias. Existe una zona habitada por leones marinos y otra que reproduce la vida en el mar Rojo o la de los mares Ártico y Antártico. L’Oceanogràfic es, en definitiva, una gran ciudad submarina de la que Félix Candela ha diseñado las cubiertas de los edificios de hormigón blanco y cristal que responde a la función primordial de potenciar el contacto con la vida marina.
Pero no hay que olvidar la ciudad antigua. Valencia tiene fama de barroca, extrovertida, popular. La visión de la Lonja tranquiliza; piedra sobre piedra se levanta un templo civil, fruto de la riqueza y el poder de la Valencia renacentista. Elegantes columnas juegan a ser palmeras y a romper en nervaduras, como fuegos de artificio perdurables.

Visita almercado
A la paz del patio renacentista le llega la algarabía del mercado modernista: «Ocho mil metros de mercado –dice el guía–, el más grande del mundo cuando se construyó, en 1928». Puestos grandes, luminosos, atendidos por mujeres con delantales blanquísimos ofrecen los mejores productos del mar y de la tierra. Esta sí que es una cita inaplazable y apetitosa para conocer la ciudad desde todos los sentidos.
Le toca el turno al esplendor gótico, con el palacio de la Generalitat y otros palacios de la calle Cavallers. De allí a la catedral, primero gótica, más tarde, barroca, para volver a descubrirse el gótico. Si se visita por la puerta más antigua, la del Palau, nos encontramos ante la tumba de un ilustre valenciano, escritor, noble y poeta, Ausiàs March, que fue maestro de otros poetas y escritores renacentistas, catalanes y castellanos.

Camino de la Malvarrosa
En la Estació de Fusta cedo a la tentación de subir al tranvía, camino de la Malvarrosa –vaya nombre precioso para una playa–. Un tric-trac suave conduce de barrio en barrio a través de la Valencia periférica con sus grandes bloques de casas que crecieron en los años setenta, sin orden ni concierto, comiéndose la huerta. Ahora todo aquel maremágnum está apaciguado. Las calles tienen su trazado. Camino del Cabañal, dejando atrás Benimaclet, empieza a brillar la luz intensa y blanca de la huerta. Se ven bancales plantados, cultivados, vallados. Y veo que la moderna Universidad Politécnica y la Literaria también se han asentado en plena huerta. Entre las particularidades de esta ciudad está, sin duda, su carácter huertano, su vinculación al campo y a la tierra; ahí reside parte de su encanto, de su sabiduría y, desde luego, parte de su riqueza económica y, por qué no, también algunas de las razones de su desencuentro.

Noches animadas
Paseo por la playa y entiendo que fue esta luz del crepúsculo la que Sorolla plasmó en sus lienzos. Cuandoseva el sol, la Malvarrosa se transforma. Los bares de copas se llenan de jóvenes y no tan jóvenes, de marcha. También se llena el paseo Marítimo. No queda lejos la casa museo de Blasco Ibáñez, ni las renovadas atarazanas, ni el puerto nuevo. Mucha ciudad todavía para recorrer.

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