MONFRAGÜE

El parque natural cacereño esconde una de las mejores muestras de la flora y fauna mediterráneas. Su visita siempre se convierte en una lección magistral de naturaleza e historia.

Por María Eugenia Casquet
Acabar con los ataques de los bandoleros fue lo que indujo a Carlos III a fundar, a finales del xviii, la pequeña aldea de Villarreal de San Carlos, en tierras cacereñas, muy cerca del Puente del Cardenal. Hoy, el viajero que se adentra por estos parajes tiene, como antaño, encuentros inesperados, aunque por fortuna son mucho más agradables. Así, no es raro verse sorprendido por ciervos, zorros, o jabalíes que cruzan senderos, pastan en los descampados o se intuyen en la maleza.

Zona protegida
No en vano este escenario es desde 1979 el Parque Natural de Monfragüe y en sus casi 18.000 hectáreas se esconde una de las mejores muestras de la flora y la fauna mediterránea. Su visita, a pie o en coche, es una lección magistral de naturaleza. En las solanas, orientadas al sur, son abundantes las encinas y los acebuches u olivos silvestres. En las otras, las de umbría, orientadas al norte, dominan los alcornorques, con su abrigo de corcho –o despojados de él–, y los quejigos, revestidos a veces con fantasmagóricos líquenes.
Pero en el parque cacereño también hay laderas que muestran una cruda desnudez, víctimas de lo que fue una inadecuada reforestación años atrás. Entonces se plantaron centenares de eucaliptos para obtener madera rápida sin prever el daño que estos árboles causan al suelo. Hoy por fortuna se intenta recuperar la vegetación autóctona, sembrando otra vez el paisaje con especies mediterráneas. También fruto de la acción del hombre de antaño son las dehesas que, salpicadas por encinas, ocupan las llanuras. Éstas, hoy, resultan indispensables para la subsistencia de la fauna de Monfragüe, ya que en ellas encuentran su sustento, entre otros, ciervos, jabalíes, águilas o buitres. Estos últimos son sin duda las estrellas del parque, pues aquí se concentra la mayor colonia de buitre negro del mundo. Esta rapaz, la mayor de Europa, construye sus nidos en las copas de los árboles, mientras que los buitres leonados, más abundantes y más fáciles de ver, anidan en los roquedos. Basta recorrer los distintos miradores instalados a lo largo de la carretera que discurre desde Torrejón en Rubio, hasta Navalmoral de la Mata, para observar cómo decenas de ellos adornan el cielo con sus vuelos señoriales. En el mirador de la Portilla del Tiétar hay cigüeñas negras, con su alargado pico rojizo, alimoches y buitres negros y leonados, mientras que en el de La Higuerilla son las aves acuáticas, como garzas o cormoranes, las que sorprenden al viajero con aleteos y vuelos rasantes.

Habitantes históricos
Junto a tanta naturaleza, discurre la historia. Así, mucho antes que los bandoleros, pasó por aquí el hombre primitivo, que dejó su rastro en los abrigos rocosos, donde aún se esconden pinturas rupestres. Después vinieron los célticos vetones, que entre otras huellas dejaron sus chozos –construcciones de piedra y paja que han imitado durante siglos los pastores–. Los romanos le dieron el nombre: Mons Fragorum, monte fragoso, intrincado, lleno de quiebras y breñas. Y tras ellos, los árabes, responsables de la presencia –ahora agónica– del castillo que domina todo el parque. La caminata hasta la cima, la modesta ermita que junto a la fortaleza guarda una imagen de la Virgen traída por los cruzados desde Jerusalén y las soberbias vistas ayudan a revivir otros tiempos, cuando moros y cristianos se disputaban a golpes este hoy tan plácido territorio.

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