VÍA DE LA PLATA

La antigua calzada romana que unía Mérida con Astorga es hoy un itinerario que permite recorrer montañas, ríos, valles y ciudades de una gran variedad paisajística y rico patrimonio arquitectónico.

Por Paco Nadal
El camino entre Mérida y Astorga, Iter ab Emérita Asturicam. De esta manera tan inequívoca se conocía hace casi dos mil años uno de los mayores logros de la ingeniería de caminos de Hispania: la Vía de la Plata; la calzada romana que salvaba el casi medio millar de kilómetros que separan Mérida (Badajoz) de Astorga (León). No era la única –los romanos dotaron a Hispania de una red de carreteras tan eficiente que fue la base del sistema viario nacional hasta el reinado de los Reyes Católicos–, pero la estratégica ubicación de norte a sur de la Vía de la Plata le dio un papel tan activo en la romanización de España, la arabización del noroeste peninsular, la reconquista de Extremadura o el tránsito de peregrinos mozárabes hacia Santiago de Compostela que se definió como la «columna vertebral de Hispania».

Un alarde de ingeniería
Todo esto lo sabemos por un libro considerado el primer mapa de carreteras de España, el Itinerario de Antonino, una recopilación de todas las calzadas existentes en el siglo iii que ha permitido reproducir el trazado de la calzada imperial número XXIV, Iter ab Emérita Asturicam. Ésta salía de Mérida por el puente del río Albarregas, junto al acueducto de los Milagros, y se prolongaba a lo largo de 465 kilómetros hasta Astorga pasando por Aljucén, Cáceres, Baños de Montemayor, Salamanca, Benavente y La Bañeza. Para dar apoyo y servicio a los viajeros, los romanos instalaron cada 25 millas aproximadamente –una milla romana equivale a 1.480 metros– una mansio, especie de estación de servicio de la era clásica, dotada de cuadras con depósito de caballos y forraje, servicio de jumentarii o carrucarri –alquiler de caballos y carruajes–, destacamento militar, hospedería y servicio de comidas.
La calzada tenía puentes, barreras quitamiedos en los puertos de montaña, alcantarillado para evacuación de agua, postes kilométricos –miliarios– que indicaban la distancia a la próxima ciudad, además de un firme bien asentado con cuatro capas sucesivas de tierra y piedra rematadas por un pavimento de losa pulida. Un grado de civilización y desarrollo sorprendentes si pensamos que todo esto transcurría hace veinte siglos. El Itinerario de Antonino describe hasta trece mansios principales entre Mérida y Astorga, algunas de las cuales están muy bien localizadas porque evolucionaron hasta convertirse en grandes ciudades como Salamanca, Cáceres o Zamora.
Sin embargo, ningún documento de la época se refiere a la calzada XXIV como de la Plata ¿De dónde proviene entonces su nombre actual? Durante mucho tiempo se pensó que el origen podía estar en el transporte de plata y otros metales que los carromatos romanos llevaban desde la minas leonesas y asturianas hasta Emérita Augusta. Actualmente, los historiadores no abrigan ya sospechas de que el origen del término es árabe. Pese al abandono sufrido tras la caída del Imperio romano, la calzada se encontraba en buen estado cuando en el año 714 los árabes invadieron la Península. Éstos la llamaron B’lata, que significa camino empedrado, para diferenciarla de otros caminos de tierra apisonada. Es fácil deducir que la evolución del término árabe dio lugar a la actual denominación.

Mérida, punto de partida
Ha llegado el momento de empezar viaje por este histórico trazado. Estamos en Emérita Augusta –Mérida–, la ciudad modelo, la «Roma hispana», capital de la provincia de Lusitania que el emperador Augusto mandó construir a orillas del Guadiana en el año 25 a.C. y que pobló con legionarios licenciados –eméritos– de las campañas contra cántabros y astures.
Los urbanistas imperiales diseñaron una cuadrícula de 80 hectáreas de superficie junto al río rodeada por una muralla de sillería con torreones circulares de la que aún se conservan tramos. El casco urbano quedaba condicionado, como todas las grandes ciudades romanas, por dos vías principales, el Cardus Maximus, orientado de norte a sur, y el Decumanus Maximus, de este a oeste. Ambos se cruzaban en el foro municipal, la plaza pavimentada que servía de escenario a las más diversas manifestaciones sociales de la ciudadanía. Separado por el arco de Trajano quedaba el foro provincial, donde se resolvían asuntos relativos al resto de Lusitania. El templo de Diana es el único que ha llegado hasta nuestros días gracias a que su planta y sus columnas fueron aprovechadas como pilares por un palacete renacentista en el siglo xvi, y también el soberbio puente sobre el Guadiana, una maravilla de la ingeniería civil romana que salva los 792 metros de anchura del cauce mediante 60 arcos que aún hoy impresionan. Todo esto, la construcción de la ciudad y su evolución, se puede entender de una manera muy didáctica en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, un edificio en forma de basílica clásica que el arquitecto Rafael Moneo levantó en 1986 para albergar las principales piezas arqueológicas recuperadas de la vieja Emérita.

El centro de ocio de la antigüedad
Pero la joya de la Mérida romana es sin duda su teatro, uno de los más importantes y mejor conservados de todo el mundo romano. Lo mandó construir el cónsul Marco Agripa en el año 18 a.C., aunque se finalizó en tiempos de Adriano, en el año 135. A un costado, separado por una avenida, queda el anfiteatro, con capacidad para 14.000 espectadores. Algo más alejados, los restos del circo, de 400 metros de largo por casi 100 de ancho, completan este gran centro de ocio de la antigüedad.
Como ya se dijo, la calzada salía de Mérida hacia el norte por el puente del río Albarregas. Pero su trazado exacto sigue siendo aún tema de estudio y controversia. Han quedado muchos más restos del primer tramo, hasta Salamanca, donde se encontraba el límite provincial entre la Lusitania y la Tarraconense, porque hasta allí llegaba el firme empedrado con losa pulida. De Salamanca a Astorga el territorio estaba menos poblado y romanizado y la víase remató con una simple capa de tierra apisonada.
Un ambicioso proyecto llamado Alba Plata, financiado con dinero del Banco Europeo de Inversiones, lleva desde 1997 rescatando y restaurando el patrimonio histórico de la Vía de la Plata, entre ellos, la recuperación del trazado original, pero sus trabajos aún no han sido ni publicados ni señalizados para que pueda disfrutarlos el público.

Un camino difícil de seguir
Hoy por hoy, y hasta que se señalicen los tramos recuperados por Alba Plata, la única opción para seguir en parte la vía romana –no siempre con fidelidad histórica– son las flechas amarillas que las asociaciones de amigos del Camino de Santiago han pintado entre Sevilla y Astorga, donde la calzada enlaza con el Camino Francés a Compostela. Los más cómodos pueden seguir en coche la N-630, a la que el Ministerio de Fomento llama «Ruta de la Plata» aunque no tiene nada que ver, ni por asomo, con la ruta original de hace dos mil años.
De una u otra manera, el viajero pasará por las pequeñas localidades extremeñas de Aljucén, Alcuéscar y Casas de Don Antonio, donde se cree pudo estar la primera mansio y donde el viajero transitará sobre el primer puente de piedra de la vía de origen romano, aunque fue muy reformado en siglos posteriores. Entre Casas de Don Antonio y Aldea del Cano aparece también el primer miliario, a la derecha de la carretera nacional y muy cerca de ésta. Estos postes cilíndricos de mármol, que aparecerán en otras muchas ocasiones a lo largo de la ruta tirados por los campos o reutilizados en viviendas y cercados de terrenos, marcaban las distancias a recorrer y solían llevar también inscrito el nombre del emperador o mandatario que lo había mandado construir.
La Vía de la Plata entra en Cáceres por el puerto de las Camellas. Fundada en el año 79 a.C. como asentamiento militar en las guerras de Sertorio contra Quinto Cecilio Pío, Cáceres es anterior incluso a la creación de Mérida, pero su pasado romano ha quedado completamente diluido por el enorme auge cultural y económico que la ciudad vivió durante la alta Edad Media.

Tiempo para descubrir Cáceres
El casco viejo de Cáceres, declarado Patrimonio de la Humanidad, es hoy uno de los mejores ejemplos del urbanismo medieval español y una delicia para el caminante que, sin demasiado esfuerzo, puede sumergirse en un decorado real donde en cada esquina parece que aún puede surgir un caballero con lanza y escudo, un grupo de truhanes, el abad de un convento o una dama noble asomada a la ventana del salón del palacio de Golfines, donde un grupo de pajes tocan laúdes y clavicordios.
Aunque los orígenes de la Vía de la Plata hay que buscarlos en el pequeño camino de tierra abierto por las legiones romanas, la calzada que conocemos es obra de la Roma imperial, y en especial del emperador Augusto. Éste, una vez sometidas las tribus cántabras y astures y pacificada la totalidad de Hispania, acometió un plan de carreteras que sería el más ambicioso de los planteados en España hasta bien entrada la era moderna. Sus sucesores, Tiberio, Vespasiano y Nerón prolongaron la Vía hasta Salamanca. Pero fueron los dos emperadores de origen hispano, Trajano y Adriano, quienes le dieron la forma que hoy conocemos y levantaron los grandes puentes de la Vía, como el de Alconétar, sobre el Tajo –visible hoy gracias a que sus restos se trasladaron de lugar para que no quedaran anegados por el embalse de Alcántara–, y el de Salamanca, sobre el Tormes, una de las obras emblemáticas de la calidad y el buen hacer de la ingeniería romana.

Salamanca, urbe de la cultura
Como ocurre con Cáceres, pocos restos romanos permanecen de la antigua Salmantice, si exceptuamos el citado puente sobre el Tormes. Y es que Salamanca estaba llamada a escribir páginas más vibrantes en otras épocas, cuando en 1218, el rey castellano Alfonso IX mandó crear un Estudio General con sede en la catedral que más tarde susucesor Alfonso X convirtió en la primera universidad de España. Desde entonces, el conocimiento y el saber han dado sucesivas manos de pintura intelectual a la ciudad casi al mismo ritmo que los mejores canteros y arquitectos del mundo creaban un envoltorio de arte y riqueza para una urbe que habría de ser sinónimo de cultura en todo el Imperio español. En el siglo xvi, un 40% de la población censada en la ciudad era estudiante. Una condición que aún se mantiene, con miles de jóvenes ocupando las mismas aulas donde impartieron clases Miguel de Unamuno, Fray Luis de León y otros muchos personajes de la ciencia y las humanidades.
Desde Salamanca, la Vía de la Plata se interna en las planicies castellanas en busca del valle del Duero y de Zamora, de la que no hay duda de que se trata de la mansio Ocelum Duri. Según el Itinerario de Antonino, de Salmantice a la siguiente mansio, Ocelum Duri, había 42 millas romanas, es decir 62 kilómetros, los mismos que ahora marca el cuentakilómetros de los vehículos que hacen ese recorrido por la N-630.
Zamora es la ciudad del románico. Un esplendor heredado del floreciente siglo xii que envuelve al viajero que se interna en su casco antiguo a través de la muralla.

Zamora y el final de la ruta
En el interior de la ciudad se acumulan palacios e iglesias. Pero una construcción sobresale sobre todas, la catedral, obra cumbre del románico zamorano. El templo presenta toda la sobriedad y sencillez de líneas propia del románico, pero sus diseñadores añadieron ciertos elementos bizantinos que la diferencian de cualquier otro edifico de esa corriente artística. Con Zamora acaba también la tiranía de la línea recta en el horizonte de la ruta. El río Esla, que la vía romana salvaba en las cercanías de Benavente, dulcifica el paisaje y cambia el secano del cereal por la humedad de las huertas. Tras el puente de La Vizana, sobre el río Órbigo, la ruta entra en León y barrunta ya su fin. El viajero cruzará Álija delInfantado y La Bañeza, una ciudad cargada de historia con las peregrinaciones a Santiago, y llegará a Astorga, Asturica Augusta. Esta ciudad, fundada sobre un antiguo castro astur para contener a las belicosas tribus cántabras, se erigió como eje de comunicaciones del noroeste hispano. No en vano, desde Astorga partían otras ocho calzadas hacia otros tantos rincones del imperio. Pero ése es ya otro viaje.

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