FORNELLS Y CAVALLERIA

Calas recoletas rodean la bella población del norte de menorca. Las seguimos hasta el cabo de Cavalleria.

Por María Unceta
La tramontana, el viento que cuando sopla indómito doblega hacia el sur las copas de los árboles, es responsable del desolado paisaje del norte de Menorca. Cabos y costas abruptas y quebradas se abren hacia un mar sin límites ni obstáculos a la vista. Una rada estrecha y larga, de casi cuatro ki-lómetros de fondo, penetra en la tierra formando la hermo-sa bahía de Fornells. Es, junto a la de Maó, el abrigo más profundo que ofrece el litoral de la isla. Como aquélla, la entrada de la bahía de Fornells estuvo también protegida por un fuerte, el de San Antonio, construido durante el reinado de Felipe IV, del que sólo quedan restos.

Blanca estampa
El fuerte fue el origen de un núcleo de pescadores que, pese a su crecimiento, ha conservado una estampa blanca y tranquila, con los llaüts –las clásicas barcas menorquinas con un toldillo– amarrados en el puerto y el paseo al borde del agua adornado por palmeras. Otros barcos, con sus altos mástiles y sus velas plegadas, con sus cubiertas blancas o de lustrosa madera, echan anclas en el puerto deportivo.
Para muchos, el nombre de Fornells está asociado a la caldereta de langosta. Los restaurantes que bordean el paseo marítimo, el muelle y la plaza de S'Algaret exhiben, sin excepción, en sus cartas esta exquisita, jugosa y apreciada especialidad local.

Recorrido por la bahía
Desde Fornells tenemos una vista espléndida de la bahía. En primer plano, la pequeña isla de Sargantanes, habitada por lagartijas, y más allá, al frente, las líneas recortadas de la Mola, un promontorio rocoso y verde que se mantiene virgen pese a varios intentos de urbanización. El conjunto, con sus aguas tranquilas y las embarcaciones que se posan en el centro de la bahía, tiene el aspecto de un pequeño lago. Al recorrerlo en barco, se descubren los matices que dan vida a sus orillas: la urbanizada playa de Ses Salines, las desiertas y más inaccesibles Cala Blanca, Cala Roja o S'Era y, frente al puerto de Fornells, las aguas verdes de Cala Cabra Celada y S'Arenalet. Todas aseguran un espléndido baño.
En el extremo oeste de la bocana, se alza sobre un farallón rocoso, a 120 metros sobre el mar, la estampa rotunda de la torre de Fornells. Un emplazamiento perfecto para vigilar y defender las dos bahías, la de Fornells y la de Tirant, salvaje ésta en su primer tramo y sembrada de casitas blancas en el entorno de la hermosa Cala Tirant.
Una carretera va bordeando el mar hacia el oeste dejando abajo una costa que se hace más y más abrupta. El viento y la ausencia de vegetación nos anuncian la proximidad del cabo de Cavalleria, el extremo más septentrional de la isla. Es también uno de los parajes más sugerentes de Menorca, tal vez por la sensación de fin del mundo que transmite.

Luz de atardecer
El espectáculo de la puesta del sol desde el cabo de Cavalleria no tiene parangón. Sobre el terreno de piedras porosas y blancas asoman unas pocas matas ralas entre las que crece espontáneamente la camomilla, la aromática manzanilla menorquina. Paseando por el entorno silencioso del faro, con la isla Des Porros enfrente, es difícil no sentir toda la fuerza y la melancolía del paisaje. En los alrededores del cabo de Cavalleria aguardan los restos de una ciudad que se supone fundada por fenicios o cartagineses y a la que Plinio el Viejo se refiere como Sanicera; los cortes escalonados de una cantera de donde se extraía el marès, la piedra blanca característica de Menorca, o la boca de una mina abandonada. Puntas y entrantes, pequeñas calas y algún refugio de pescadores van perfilando la línea de la costa hasta donde se pierde la vista. Y los sentidos tienden a disolverse frente al horizonte inacabable de unas aguas encendidas por los rayos transversales de un sol que poco a poco desaparece.

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