Ruta de la Ribera del Miño

La ruta transcurre entre localidades vitivinícolas y monacales.

Comenzamos nuestro itinerario en la ciudad de Lugo, ciudad con más de 2000 años de historia, siendo la más antigua de Galicia y situada en el Valle del Miño a casi 500 metros de altitud. La muralla levantada en el siglo III es el elemento más emblemático de la ciudad y la mejor conservada del país.

Otros monumentos que visitaremos son: la Catedral de Santa María, de estilos románico, barroco y neoclásico; el palacio barroco Episcopal; el Museo Provincial, que alberga valiosas colecciones arqueológicas, pictóricas, escultóricas, armería, cerámica, cristalería, joyas, relojes de sol...; la Iglesia de Santo Domingo, en la que destaca su pórtico renacentista, su sacristía, retablos y un óleo de García Bouzas; la Iglesia barroca de San Froilán; la Iglesia del Antiguo monasterio de A Nova o parroquia de Santiago, que alberga un retablo neoclásico del arquitecto Andrade; la Casa Consistorial, donde contemplaremos óleos, aguafuertes y el pendón de la ciudad; el Museo de Restos Romanos... Por la carretera N-540 nos desplazamos a Chantada, localidad ribereña. Destaca la casona de Lemos. En las afueras se encuentran el monasterio de San Salvador de Asma, el santuario de Fátima y el monasterio de San Estevo de Ribas de Miño, que alberga una Iglesia románica del siglo XII.

Tomamos un desvío a la carretera autonómica hasta llegar a la localidad de Atán, pasando por Os Peares y Pombeiro. En la última contemplaremos el monasterio de San Vicenzo. Una vez en Atán visitaremos el monasterio de San Estevo de Atán (siglo VIII), del que se conservan algunas celosías del románico. Tomamos la carretera N-120 a Ferreira de Patón, que alberga el monasterio das Bernardas (siglo XVIII), en el que se halla una interesante Iglesia del siglo XII; y el Castelo de Maside, una de las pocas construcciones civiles del siglo XV en la comunidad gallega.
Siguiendo por la misma carretera llegamos a Monforte de Lemos, en ella contemplaremos el monasterio de San Vicenzo do Pino, uno de los más antiguos de la comunidad; el Convento das Clarisas, el cual alberga el Museo de Arte Sacro; el colegio da Compañía o colegio de Nuestra Señora la Antigua, que guarda dos importantes cuadros del pintor El Greco.

Por último, siguiendo la misma carretera, finalizamos nuestra ruta en la localidad de Quiroga, villa industrial que fabrican y explotan pizarras. También es una gran productora de vino y aceites.

Ruta de los Dinosaurios

La ruta se extiende por la cuenca alta del río Cidacos, del río Linares y del río Alhama y parte de la cuenca media del Leza. Este recorrido por el Cretácico e inicio de los movimientos de los continentes, nos llevará a un mundo desaparecido hace más de 120 millones de años, en el que los dinosaurios dominaban la fauna del planeta. Constituye uno de los yacimientos más importantes de Europa y del mundo. Observaremos pisadas fósiles de los dinosaurios o icnitas, huellas de gusanos, numerosos vívalos o gasterópodos, fósiles de plantas: raíces, troncos, hojas y algas; rizaduras de oleaje fosilizadas, etc.

Comenzamos nuestro itinerario en la localidad de Enciso, en pleno valle del río Cidacos. En lo alto destacan las ruinas del Castillo y la Iglesia de Santa María (siglo XVI). Resulta interesante la Ermita renacentista. Si queremos conocer todo lo referente a estos yacimientos visitaremos el Centro Museo Paleontológico, levantado en una antigua fábrica de zapatillas. Este Centro realiza la investigación de restos de dinosaurios, pero además cuenta con una sala de contramoldes de huellas, reproducciones a escala reducida de algunas partes de los dinosaurios, se exponen paneles con explicaciones detalladas, clasificaciones, etc. En Virgen del Campo, El Villar, Poyales y Navalsaz encontramos numerosas icnitas o huellas de dinosaurios.

Por la LR-115 tomamos el desvío a Munilla por la carretera local LR-484. En los alrededores de esta villa encontramos algunos yacimientos de icnitas o huellas de dinosaurios. También cabe destacar su Iglesia de San Miguel que alberga interesantes retablos.

Retomamos la LR-115 para dirigirnos a Arnedillo, localidad situada en un desfiladero. Imprescindible visitar la Iglesia mozárabe de Nuestra Señora de la Peñalba (siglo IX) y junto a ella, la necrópolis medieval. Continuamos por la misma carretera hasta Arnedo, en pleno valle del Cidacos. Los monumentos más importantes son la Iglesia de Santo Tomás (siglo XVI), la Iglesia de Santa Eulalia y numerosas casas señoriales.

Nos desviamos de nuestro camino para llegar hasta Cornago, localidad situada en la ladera de una montaña donde destaca la fortaleza gótica (siglo XV) y el Castillo gótico de San Pedro del siglo XV. En Los Cayos existen numerosos yacimientos de icnitas o huellas de dinosaurios. Volvemos a tomar la carretera LR-115 hasta Quel, donde se alzan las ruinas de un antiguo Castillo, y en el casco urbano, numerosas casas señoriales. Por último tomamos la carretera LR-134 que nos conduce a Calahorra, capital de la Rioja Baja en pleno valle del Cidacos y antigua población romana. Destaca la catedral del Salvador (siglo XVI), la Iglesia de San Andrés y el Convento de las Carmelitas.

Madrid es una ciudad moderna, cosmopolita, capital de España y de su Comunidad Autónoma, elevada a 650 metros sobre el nivel del mar lo que la convierte en la capital de mayor altitud de toda Europa.

Se encuentra ubicada en el centro de España y antiguamente poblada por tribus íberas, celtas, romanas, visigodos y árabes hasta que el rey Alfonso VI toma la ciudad. Existe un Madrid de los Austrias, un Madrid medieval, un Madrid de los Borbones, un Madrid antiguo, un Madrid dieciochesco, un Madrid galdosiano, un Madrid ramoniano, un Madrid barojiano, un Madrid velazquiano, un Madrid goyesco, un Madrid de Antonio López, un Madrid de Solana y un Madrid vanguardista.

Comenzamos nuestro itinerario en la Puerta del Sol para llegar a la Plaza Mayor (siglo XVII) construida por orden de Felipe III. Su forma es regular con soportales y comercios variados. Antiguamente se celebraron corridas de toros, Autos de Fe en la época de la Inquisición, procesiones, ejecuciones, fiestas y obras teatrales. El edificio más importantes es la Casa de la Panadería y frente a ella la Casa de la Carnicería. En el centro de la Plaza se encuentra la figura ecuestre en bronce de Felipe III levantada por Juan de Bolonia. Por el lado este salimos a la Plaza de la Provincia donde se halla el Palacio de Santa Cruz (siglo XVII), actualmente Ministerio de Asuntos Interiores.

Por la calle Ciudad Rodrigo nos dirigimos a la plaza de San Miguel donde se halla el Mercado de San Miguel. Por la calle Mayor nos desplazamos hasta la Plaza de la Villa, lugar donde se encuentra el Ayuntamiento y la Casa de la Villa, antigua casa consistorial y cárcel. En la plaza del Conde de Miranda visitamos el Convento de las Carboneras (siglo XVII). En las calles colindantes se conserva su estructura medieval. En la calle San Justo se encuentra la Basílica barroca de San Miguel (siglo XVIII), desde la cual veremos parte del Palacio Arzobispal.

Atravesando la calle Segovia nos introducimos en la calle de El Nuncio donde visitaremos la Iglesia de San Pedro el Viejo (siglo XV). En la plaza de la Paja se encuentra la única Capilla gótica madrileña, se trata de la del Obispo. Cerca se halla la plaza de los Carros con la Capilla barroca de San Isidro. Desde la plaza del Humilladero nos adentramos en la calle de la Cava Baja, zona donde abundan los comercios, sobre todo hosteleros; al igual que la calle de Cuchilleros.

La ruta transcurre por una comarca principalmente agrícola bañada por los ríos Jarama y Tajuña. Algunas de estas localidades poseen plazas muy famosas como la de Chinchón. Junto a estas plazas existen monumentos de interés histórico y artístico. También tienen en común la arquitectura popular típica madrileña de pequeñas calles blancas y casas balconadas con rústicos soportales y galerías.

Comenzamos nuestro itinerario en San Martín de la Vega, localidad huertana en la que destaca la Iglesia gótica de la Natividad (siglo XV). Parte del municipio se encuentra integrado en el Parque Regional del Sureste, al igual que Chinchón y Titulcia, entre otros. El Parque posee una importante avifauna en fase de protección. Por la carretera M-307 nos dirigimos a Ciempozuelos, reconquistada a los árabes por Alfonso VI. Su plaza Mayor presenta soportales y diversos comercios. Otro monumento a destacar es la Iglesia de la Magdalena (siglos XIV-XVIII), la cual alberga dos cuadros de Claudio Coello.

Siguiendo por la carretera M-404 nos desplazamos hasta Titulcia y su Iglesia gótica de la Magdalena, en la que se conserva un cuadro del hijo de El Greco.

Tomamos la carretera local M-320 a Villaconejos, localidad que recuerda a la arquitectura manchega. En ella visitaremos la Iglesia de San Nicolás de Bari (siglo XVI) y el Museo del Melón, ya que este municipio es conocido por sus deliciosos melones.

Cogemos la carretera local M-324 hasta Colmenar de Oreja, antigua villa romana. Presenta una interesante Plaza Mayor de forma regular, planta cuadrada, soportales y galerías. Los monumentos más importantes son la Iglesia de Santa María, construida por la Orden de Santiago, el Teatro Dieguez (siglo XIX), el Museo Ulpiano Checa, el Convento de las Agustinas Recoletas (siglo XVI), la Ermita del Cristo Humilladero (siglos XVII-XVIII) y su Castillo. Las canteras de piedra caliza se utilizaron en la construcción de los Palacios Reales de Madrid y Aranjuez, la catedral de la Almudena y el Teatro Real.

Por la carretera M-311 llegamos a Chinchón, cuya Plaza Mayor se presenta de forma irregular con soportales y comercios varios. En el año 1502 se celebró la primera corrida de toros en honor a Felipe El Hermoso. Destacamos el Castillo de los Condes (siglo XV), la Iglesia parroquial de la Asunción (siglos XVI-XVII), la cual alberga un cuadro de Francisco de Goya; y el Convento de los Agustinos (siglo XVII), que actualmente es un Parador de Turismo.

Retomamos la carretera M-404 en dirección a Belmonte de Tajo, que posee una elegante Plaza Mayor por la que accedemos a la Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Estrella (siglos XVI-XVIII).

Continuamos por la misma carretera para llegar a Villarejo de Salvanés, cuya Plaza Mayor es un hervidero de gente. Destacamos la torre del Castillo (siglo XV), la cual perteneció a la Orden de Santiago, la Iglesia gótica de San Andrés, el Convento de Nuestra Señora de la Victoria de Lepanto y la Casa de la Tercia.

Tomamos la N-III hasta Perales de Tajuña y su Iglesia barroca de Santa María del Castillo (siglo XVII). De camino a la localidad de Tielmes se halla el risco de las Cuevas, declaradas Monumento Nacional.

Desde Tielmes hasta Villar del Olmo tomaremos la carretera M-204. en Tielmes, destacamos los nacimientos de los Santos Niños Justo y Pastor. De Carabaña, la casona de los Heredia y la residencia del Virrey de Indias (siglo XVII), la Iglesia de la Asunción (siglo XVI), la cual conserva una pila bautismal visigoda y un sepulcro del siglo XVII. En Orusco destacamos su paraje repleto de álamos y sacues. En la Plaza Mayor de Villar del Olmo se encuentran el Ayuntamiento y la Iglesia parroquial románica de Nuestra Señora la Antigua (siglo XVI).

Por último tomamos una carretera local que nos conduce a Valdilecha, cuyo nombre proviene de valle de la leche, ya que contaba con numerosos ganados que aprovisionaban los ejércitos de los Reyes Católicos. Destaca la Iglesia de San Martín Obispo que alberga interesantes pinturas.

Los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes en la comarca del Valle del Guadalentín, las batallas entre los reinos de Aragón y Castilla en la comarca del Altiplano y las invasiones turcas y de piratas en las costas murcianas, han tenido como resultado la construcción de numerosos Castillos y fortalezas.

Comenzamos nuestro itinerario en Jumilla, localidad conocida por sus famosos vinos con Denominación de Origen. Destaca su Castillo, construido para los marqueses de Villena y levantado sobre una antigua fortaleza romana. En él observamos su bien conservada Torre del Homenaje y el patio de armas.

Por la C-3314 nos dirigimos a Moratalla, que posee la primera plaza amurallada de la Comunidad Autónoma de Murcia. La fortaleza (siglo XV) fue construida por la Orden de Santiago. Por la C-415 nos desplazamos hasta Caravaca de la Cruz, localidad que dependía de los caballeros de Santiago. Se conservan los restos de la fortaleza árabe reconstruida en varias ocasiones y el Castillo que alberga el santuario barroco de la Santa Cruz, en el cual se halla una reliquia protagonista de un milagro, del que se cuenta que el rey moro quiso asistir a una misa, pero se percató de la inexistencia de una cruz, por lo que unos ángeles depositaron una sobre el altar. Otros monumentos importantes son la Iglesia renacentista de San Salvador, el Ayuntamiento barroco y algunas casas blasonadas.

Continuando por la misma carretera llegamos a Mula, una de las siete ciudades que se hallaban bajo el dominio musulmán por el Tratado de Tudmir. El Castillo de los Vélez es uno de los mejores conservados de la provincia y para acceder a él hay que solicitar la llave en el Ayuntamiento. También existen otros monumentos que datan del siglo XVI como la Iglesia de San Miguel, la Iglesia de Santo Domingo, o el Convento de las Descalzas Reales. Por la N-340, Murcia-Andalucía, nos desplazamos hasta Alhama de Murcia, donde se alza un Castillo del siglo X que en sus tiempos tuvo una alcazaba y termas romanas. Otros monumentos de la ciudad son las Iglesia de San Lázaro, la Iglesia de la Concepción y la Casa de la Tercia (siglo XVIII).

El Castillo de Lorca, Bien de Intérés Cultura, hoy conocido también como la Fortaleza del Sol domina la Ciudad del Sol. El primer recinto amurallado data del siglo IX cuando Lorca era la capital de la Cora de Tudmir. En 1244, el entonces Infante Alfonso mandó a construir la torre que llevará su nombre la Torre Alfonsina, silueta inconfundible del pasisaje lorquino. La Fortaleza del Sol, está abierta al público todos los fines de semana (a excepto de enero y febrero) y cuenta con espacios expositivos, talleres participativos y escenas de historia en vivo que permitan entender mejor la vidad en la Edad Media.

Siguiendo por la autovía tomamos un desvío a la carretera MU-502 que nos conduce a la localidad de Aledo, villa medieval situada sobre barrancos y próximo a Sierra Espuña. Se conservan restos del Castillo, de las murallas y de la Torre de Calahorra (siglo XI), declarado Conjunto Histórico-Artístico. Otro monumento de interés es la Iglesia de Santa María la Real.

Por último podemos visitar el Parque Natural de Sierra Espuña, macizo montañoso ubicado en la zona central de Murcia, que se eleva sobre el valle del Guadalentín, superando los 1500 metros de altitud. Posee un paisaje accidentado donde abundan los barrancos, las ramblas y gargantas como la de La Hoz o la de Leiva. A finales del siglo XIX constituía un paisaje natural pobre debido a las numerosas talas de madera, pero gracias a Ricardo Codorniú, más conocido como el apóstol del árbol, hizo posible que la declararan Sitio Natural de Interés Nacional y Parque Regional por el interés de su paisaje, fauna y flora, ya que alberga gran diversidad de especies de vegetación y fauna protegidas a nivel nacional.

La ruta transcurre por los Pirineos Atlánticos, entre profundos valles cubiertos de bosques de pino silvestre, hayas, robles y abetos; y escarpadas cumbres.

Comenzamos nuestro itinerario en Orizki, una de las localidades que pasa por el Parque Natural Señorío de Bertiz, integrado por el gran palacio de Bertiz, el jardín botánico, edificios para exposiciones y conferencias, un albergue, un merendero y Oficinas del Consorcio Turístico de la comarca. El Señorío de Bertiz es un bosque atlántico donde abundan las lluvias y las temperaturas son templadas durante casi todo el año, permitiendo el desarrollo de su fauna y flora. Cuenta la leyenda que Pedro Ciga, un indiano enriquecido en América, llevó a cabo numerosas plantaciones, creó el jardín botánico y construyó el palacio en lo alto, para poder ver a su amante que vivía en Biarritz. Tras su muerte el Parque lo tomó la Diputación Foral de Navarra. Cuenta con más de 120 especies florales exóticas y una gran variedad de fauna.

Tomamos la carretera local que nos conduce a Oieregi, lugar donde se localiza un puente medieval y unas torres dieciochescas de Reparacea. Por la N-121 nos dirigimos a Narbarte, donde contemplaremos edificios de piedra y casas palacianas que conservan la arquitectura típica navarra.

Continuamos por la misma carretera, antes de tomar el desvío a Sunbilla, realizaremos una breve parada en la localidad de Legasa lugar en el que contemplaremos su magnífico paisaje repleto de maizales y prados que contrastan con sus caseríos típicos. En Sunbilla, situada a lo largo de las faldas del Mendaur, destacamos el Caserío y un colosal puente medieval. Bordeando el Bidasoa, por la N-121, tomamos el desvío hasta llegar a la localidad de Arantza, integrada en la comarca de las Cinco Villas y ubicada en una cubeta del Mendaur. Destaca la Iglesia gótico renacentista y la torre medieval de Aranibar.

Continuamos por la misma carretera local en dirección a Igantzi, que también está integrada en la comarca de las Cinco Villas. En esta villa tomamos la carretera del cementerio hasta llegar al Monte Frain donde existe un repetidor, desde el que obtendremos una maravillosa panorámica de la comarca y sus alrededores. Volvemos a tomar la N-121 y nos desviamos por la salida que nos conduce a Etxalar, villa famosa por sus palomeras, que utilizan un sistema ancestral de redes para la caza de palomas de pasa. Destacan el Caserío y la Iglesia con su cementerio ajardinado.

Retomamos la N-121 para volver a desviarnos a la localidad de Lesaka, que posee un interesante estilo arquitectónico visible en sus calles y casas señoriales. En el centro urbano se distingue la fortaleza medieval de Zabaleta, de Minyurinea o de Caseherna (siglo XV). Otro monumento importante es la Iglesia de San Martín de Tours.

Por último tomamos, de nuevo, la N-121 a Bera/Vera de Bidasoa, que alberga el barrio de Altzate donde se encuentra el caserío de Itzea o Casa de los Baroja, en la que vivió el escritor y su familia. También es interesante el Ayuntamiento barroco y la Iglesia de San Esteban donde se conserva un magnífico órgano.

Además del conocido Camino de Santiago Francés, otros itinerarios igualmente concluían en el pórtico de La Gloria. Entre ellos el Camino de la Costa que atravesaba las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya.

Las constantes luchas que se sucedían en la cornisa cantábrica, provocaron que los peregrinos exploraran otras rutas alternativas más seguras, optando así, por la conocida como ruta alavesa. Ya, anteriormente, otros caminantes habían elegido este itinerario utilizando la ruta comercial romana que, a través del túnel de San Adrián unía las plazas de Burdeos y Astorga.

¿Qué mejor para el peregrino que tener información de otras rutas igualmente atractivas y menos pisoteadas que el Camino Francés o el Camino de la Costa?

Un aliciente más lo constituye el hecho de que este camino atraviesa la ciudad de Vitoria-Gasteiz, que reúne un buen número de manifestaciones jacobeas, por lo que el camino ofrece también, por un tramo, un no menos interesante paseo urbano. Sin duda, la curiosidad y el espíritu aventurero del peregrino, trazarán algunas modificaciones y variantes a esta ruta principal. La ruta se adentra en España por Irún, atravesando la provincia de Guipúzcoa hasta llegar al conocido Túnel de San Adrián, punto de partida de nuestro recorrido jacobeo por terreno alavés.

En Guipúzcoa se pasa por las localidades de Oiartzun, Astigarraga, Hernani, Andoain, Villabona, Tolosa, Alegia, Ordizia, Besain, Segura y Zegama. Todavía en Guipúzcoa, partimos de Zegama hasta la ermita del Santo Espíritu, antiguo hospital templario. Se continúa por una calzada de piedra que asciende hasta el túnel de San Adrián. Se accede por un arco de piedra y en su interior puede contemplarse una antigua ermita. Los cincuenta metros de oquedad era comparado por algunos peregrinos como la boca del infierno, debido a su oscuridad.

Este tramo tiene un fuerte desnivel y la mayor parte del camino de avanza por pistas y sendas. La entrada al túnel se encuentra a una altura de 1.000 metros, entre los montes de Aitzgorri y Aratz. Al salir del túnel, continuando por la calzada, ya se divisan las primeras indicaciones del camino. Son postes metálicos que nos acompañarán por todo el recorrido jacobeo alavés. En sentido descendente, siguiendo la calzada nos adentramos en el término de Zumarraundi, donde se toma la carretera que no llevará hasta Zalduondo.

Antes, por una pista que sale por la izquierda se encuentra la ermita de San Julián y Santa Basilia, de factura prerrománica. Interesantes visitas en Zalduondo: Iglesia de San Saturnino de Toulouse (siglo XVI), Palacio de los Lazarraga (siglo XVI), Palacio de Andoin-Luziriaga (siglo XVII).

Tras el paseo por esta localidad, el camino sigue sigue su marcha pasando ante la ermita de San Millán y llegando a Ordoñana y, desde aquí, ya por carretera se alcanza la localidad de Salvatierra-Agurain. Nada más llegar a Salvatierra-Agurain nos encontramos con el antiguo Hospital de San Lázaro y la Magdalena.

Algunos peregrinos evitaban entrar en esta localidad, por lo que dirigían sus pasos por el exterior de la muralla, y tras pasar ante la Cruz de Ventaberri y la Cruz de Arricruz llegaban hasta Gaceo.
No obstante, en Salvatierra son de merecida mención la iglesia de Santa María, la de San Juan, así como la plazas de San Juan, el Ayuntamiento y las murallas. Una pista, entre cultivos, acaba uniendo esta última localidad con Gaceo, en donde se encuentra la iglesia de San Martín de Tours, con interesantes pinturas góticas.

El siguiente punto de referencia será Ezquerecocha, recogida aldea que muestra su iglesia en honor a San Román, y en cuyo interior se encuentra un retablo renacentista con alusiones Santiaguistas. A partir de aquí el camino asciende hasta el Alto de Txintxetru, luego sigue paralelo a la vía del tren.

Este tramo se realiza por una calzada romana hasta el paso de la carretera que conduce a Alegría-Dulantzi, y después al despoblado de Ayala, donde nos encontramos con el Santuario de Nuestra Señora de Ayala, edificio del siglo XIII. En Alegría-Dulantzi se encuentran la iglesia de San Blas y el Convento de Santa Clara.

Desde Nuestra Señora de Ayala, por la mencionada calzada, conocida como el Camino de los Romanos, cruzamos Arrarain, Elburgo/Burgelo, con su iglesia de San Pedro, hasta llegar a el Monasterio de Nuestra Señora de Estíbaliz, lugar religioso desde 1074, de indiscutible valor histórico y artístico, que muestra elementos románicos y posteriores complementos del gótico. Destaca, en su interior, la imagen de Nuestra Señora de Estíbaliz, del siglo XII.

Dejando el monasterio, el itinerario desciende hasta Villafranca y luego toma rumbo a Argandoña, con su románica iglesia de Santa Columba, y antes de alcanzar la capital alavesa, nos saluda Venta de Ascarza y Arcaya, este último punto es puerta de entrada al recorrido urbano por las distintas manifestaciones jacobeas que aloja Vitoria-Gasteiz.

Esquematizando el recorrido, entramos en la ciudad por Arcaya, donde destacan sus ruinas romanas, para tomar la Avenida de Santiago, hasta la Plaza del Hospital. Continuamos por las calles de Francia, San Ildefonso, Cantón de Santa Ana, Fray Zacarías Martínez, Cantón de la Soledad y calle Diputación; este tramo es el más céntrico del recorrido.

Dejando el casco antiguo de Vitoria-Gasteiz, buscamos la salida, para continuar rumbo a Santiago, por el Paseo de la Florida, el Paseo de la Senda y, finalmente, la calle Francisco de Vitoria. Este recorrido urbano del Camino de Santiago Alavés, bien merece una visita de una jornada para poder visitar, cuanto menos, el Hospital de Santiago, la iglesia de del Cristo de San Ildefonso, la iglesia de Santiago, la Catedral de Santa María.

El palacio de Montehermoso, la iglesia de San Pedro, la de San Miguel, el Palacio de Villasuso y la Catedral Nueva. Saliendo de Vitoria por el Paseo de la Senda se alcanza Armentía, donde se encuentra la Basílica de San Prudencio, que fuera sede episcopal en tiempos del dominio musulman y posteriormente centro espiritual de Alava durante la Edad Media.

Desde Armentía, se vuelve al camino por el barrio de San Prudencio y, luego, tras recorrer algo menos de un kilómetro por la carretera N-I, se llega a Gomecha. Aquí, junto a su iglesia de la Transfiguración, se toma una pista que llega hasta la localidad de Subijana de Alava, donde destaca su iglesia en honor a San Esteban, del siglo XVI, y la casa señorial de los Anda-Salazar.

Las marcas que nos van indicando el rumbo hacia Santiago vuelve a tomar la N-I, camino de La Puebla de Arganzón y Tuyo, final de de este tramo. En La Puebla de Arganzón merece la pena hacer un alto para admirar la iglesia de la Asunción, de factura gótica de finales del siglo XV, el hospital de San Juan Bautista y la ermita de Nuestra Señora de la Antigua. Salimos de La Puebla de Arganzón con destino a Burgueta, siguiendo las huellas de la calzada romana. Entrando en Burgueta por su Calle Mayor nos encontramos con la iglesia de San Martín, que luce una bella portada románica del XIII. Más adelante: El Mojón y, tras una fuerte pendiente: Estavillo, con su iglesia de San Martín, gótica del siglo XV.

En otro tiempo, desde aquí, los peregrinos tomaban rumbo a Santo Domingo de la Calzada, por lo que la siguiente localidad con la que se encontraran los peregrinos de hoy es Zambrana, atravesada por su Calle Mayor, continuación de la ruta que nos acercará a Salinillas de Buradón.

El camino hace su incursión por la puerta norte de su centro amurallado hasta salir por la puerta sur. Entre tanto, nos vamos encontrando con el Hospital de Santa Ana, la Torre de los Sarmiento y Ayalas y la iglesia de la Concepción, obra del siglo XVI. Salinillas de Buradón despide aquí a viajero, que continúa su periplo por tierras riojanas con la ilusión de postrarse, por fin, ante capilla del Santo.

YORK

Apasionante visita a los orígenes vikingos de esta ciudad inglesa donde los fantasmas son atracción turística.

Por Isabelle Barbot
Románticas y empedradas calles y elegantes fachadas con entramado de madera sellan la memoria de los viajeros que han visitado York, la ciudad faro del noreste de Inglaterra. El escenario refleja un mestizaje arquitectónico, real pero anacrónico. Los romanos bautizaron la ciudad Eboracum; los sajones, Eoforwick, y los vikingos, Jorvik.

Culturas superpuestas
Cinco kilómetros de murallas encierran un sinfín de capas históricas superpuestas y coronadas por una iglesia monumental: la catedral medieval gótica más grande al norte de los Alpes. Los yorkinos llaman «Minster» a su catedral y ésta se alza sobre una antigua fortaleza que albergaba más de cinco mil soldados romanos. La situación estratégica del campamento, instalado entre los ríos Foss y Ouse, hizo de York la mayor plaza fuerte romana en el norte de Inglaterra. A los sajones, York debe el privilegio de ocupar el segundo lugar, después de Canterbury, en la jerarquía de la Iglesia. La ocupación de los escandinavos no superó los cien años, pero excavaciones arqueológicas que hacen las delicias de los expertos han puesto a descubierto un mundo vikingo subterráneo cuyo trazado vial ha sido respetado siglo tras siglo.

Arquitectura medieval
Las casas medievales de la calle Goodramgate recuerdan épocas en las que no existía ninguna planificación urbanística. El espléndido esti-lo Tudor de la casa del Rey transporta a la corte de Enrique VIII –aquel rey que se declaró jefe de la Iglesia anglicana cuando el Vaticano le negó su divorcio con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos–. La elegancia de la casa Fairfaix, obra del arquitecto John Carr, rinde homenaje al estilo georgiano que floreció en York gracias a las clases ociosas del siglo xviii. Finalmente, vinieron los reciclajes arquitectónicos del siglo xx que permitieron reformar las orillas del río Ouse reconciliando lo antiguo con lo moderno.

Presencias fantásticas
En diciembre de 2002, York fue nombrada «la ciudad europea más visitada por los fantasmas». Muchos son los protagonistas que motivaron este codiciado título, otorgado por la Fundación Internacional de Investigación sobre Fantasmas. Soldados romanos que aparecen en la sala del Tesoro de la catedral, la pobre Alice Smith ahorcada por demencia, cuya alma en pena vaga por la calle Mad Alice Lane, o la cuarta esposa de Enrique VIII, Catherine Howard, forman parte de la lista interminable de fantasmas registrados en los anales de York.
Esta ciudad ha sacado buen provecho de todas estas apariciones fantásticas y no faltan atracciones turísticas sobre el tema. No es preciso reservar, sólo se pide compasión por las almas errantes que no acaban de encontrar la paz en esta bella ciudad de York, cada día más visitada por los turistas.

Apasionante visita a los orígenes vikingos de esta ciudad inglesa donde los fantasmas son atracción turística.

Cómo llegar
En avión. Los aeropuertos más cercanos son los de Leeds (33 km), Manchester (136 km), Newcastle (163 km) y Liverpool (166 km), y hay buena conexión por tren y autobus entre éstos y York. Go (www.go-fly. com) enlaza directamente Madrid y Barcelona con Liverpool. British Airways (902 111 333) vuela desde Madrid y Barcelona hasta Leeds, con escala en Londres.

Las visitas más interesantes
Castle Howards. A 24 kilómetros de York, este castillo sirvió de escenario a la serie Retorno a Brideshead, Tel. 44 1653 648 333.
Museo nacional de ferrocarriles.Declarado Mejor Museo Europeo en 2001, es uno de los mayores en su tema.
De compras por The Shambles. La calle medieval y comercial por excelencia reúne los comercios más típicos de la ciudad.
Pubs con fantasmas. Los cinco pubs con apariciones fantásticas son The Black Swan, The Old Starre Inn, The Cock and Bottle, The York Arms y The Snickleway Inn.

ZURICH

Crecida a orillas del río Limmat, en un imponente escenario natural de suaves colinas, esta ciudad suiza siempre es baza segura para el viajero. Por su riqueza histórica, por su ambiente cosmopolita y por sus atractivas propuestas culturales.

Cómo llegar
Swissair (Tel. 901 302 030) vuela a diario a Zurich desde Barcelona, Bilbao, Valencia, Madrid y Málaga. El Trenhotel Pau Casals (Tel. 934 901 122) va de Barcelona a Zurich martes, jueves y domingo.

Alojamiento
La ciudad dispone de una amplia oferta de alojamientos. La Oficina de Turismo local (Tel. 41 1 215 40 00) facilita información y gestiona las reservas. Coincidiendo con la temporada de deportes invernales suelen ofrecerse ofertas muy interesantes.

Visitas por los alrededores
A unos 47 km hacia el norte se encuentran las cataratas Rheinfall, un bello salto de agua de veinte metros de altura. Se puede disfrutar de una buena vista desde el castillo Schlösschen Wörth, construido en el siglo XVII y restaurado posteriormente. También desde la pasarela peatonal del puente del ferrocarril. Cerca de allí está la población de Schaffhausen, que ha sabido conservar su aspecto medieval y numerosos ejemplos de arquitectura renacentista y barroca.

VITORIA

Un paisaje urbano que combina tradición y modernidad.

Por María Unceta
Presentar Vitoria, ciudad de tanto prestigio, no resulta tarea fácil. Su casco de origen medieval ha sido rehabilitado conservando la estructura intacta; el ensanche trazado en el siglo xix ha ido mejorando con el paso del tiempo; sus barrios modernos son modelo de urbanismo, y en el ranking de las ciudades europeas con mejor calidad de vida tiene una alta calificación.
Quizá la mejor manera de trabar conocimiento con Vitoria sea acercarse a la plaza de la Virgen Blanca. Aquí la ciudad bulle a cualquier hora del día, como si fuera obligado pasar por ella para tener carta de vitoriano. Antiguamente protegida por puertas amuralladas, desde que aquéllas cayeron se convirtió en el espacio abierto que ahora vemos. Es lugar de trasiegos diarios y punto donde la ciudad medieval se entrega en brazos del Ensanche moderno. Si nos situamos en la parte baja, la vista se enfoca de forma automática hacia la doble arcada del pórtico de San Miguel; allí, sobre el pilar central y bajo un templete barroco, reposa una estatuilla de refinada traza. Tal vez no sea deliberado, pero la imagen gótica de la patrona de Vitoria, la Virgen Blanca, que se pierde en las dimensiones de la plaza, marca el límite entre la ciudad vieja y la nueva.

El recuerdo de un triunfo sonado
Reparemos ahora en el monumento que ocupa el centro de la plaza. Hay quien sostiene que estropea la perspectiva, pero para mí es parte esencial del conjunto, inimaginable sin esa alegoría en bronce y piedra erigida para recordar que Vitoria vino a ser el Waterloo de Napoleón en la Península.
Entre las plazas vecinas, su competidora más directa es la de España, aunque es muy diferente. Frente a la irregularidad y dispersión de la plaza de la Virgen Blanca, en ésta mandan el cartabón y la plomada. Tiene cuatro lados iguales, con dos alturas sobre arcadas, y un aire solemne que humaniza las sombrillas de las terrazas. En ella todo es sosiego, el tráfico nose oye, y bajo los arcos aún quedan algunos comercios tradicionales, de los que Vitoria sigue estando bien surtida. Cuando se construyó, entre 1781 y 1790, se le llamó plaza Nueva porque encarnaba los ideales de renovación propios de una burguesía ilustrada decidida a dotar a su ciudad con un espacio de prestigio.
Presentadas las dos plazas, me inclino por seguir el orden cronológico: primero el casco medieval, y después los sucesivos ensanches. La parte antigua tiene la forma de una almendra; en la zona más ancha, el límite sur lo dibujan las iglesias de San Miguel y San Vicente y, entre ambas, el palacio de Villa Suso; en la punta norte se sitúa la iglesia de Santa María, la catedral vieja de Vitoria. Este núcleo creció a partir del siglo xii sobre la colina del Campillo, empezando por el vértice que hoy ocupa el Centro Cultural del palacio de Montehermoso.
Las calles forman aquí anillos que se comunican por cantones estrechos y en cuesta. Muchas de ellas conservan nombres de los oficios de la época: Cuchillería, Herrería, Zapatería, Pintorería... Y es que los artesanos y mercaderes fueron factor clave en la economía de la ciudad medieval.

Modernidad en espacios medievales
En estas calles vemos casas de piedra y ladrillo con muchos siglos a sus espaldas que albergan talleres de nuevos artesanos y comercios modernos; palacios que pertenecieron a un puñado de linajes nobles y hoy son instituciones de cultura; escudos de armas y aleros labrados en las fachadas donde se instalan bares y restaurantes. Y, en lugares privilegiados, las cuatro parroquias –entre ellas la catedral gótica de Santa María, temporalmente cerrada por obras– que dominaron la vida religiosa de la ciudad.
No podemos dejar el centro gótico sin visitar el Museo de Naipes –calle Cuchillería–, en el antiguo palacio de los Arrieta-Maeztu. A los aficionados a las cartas les resultará familiar el nombre de Heraclio Fournier, fabricante vitoriano de naipes desde 1868, de cuyos fondos procede la colección de más de 3.400 barajas que se exponen aquí.
Para introducirnos en la ciudad decimonónica hay que pasar por los Arquillos. Este par de edificios, construidos entre 1781 y 1790, se adaptan al desnivel del terreno y hacen de nexo entre la ciudad medieval y el nuevo espacio urbano. Si nos asomamos a sus barandillas vemos, por un lado, la plaza del Machete y, por el otro, la parte baja donde se extiende el Ensanche romántico.
La llegada del ferrocarril en 1862 supuso el impulso para la urbanización de toda una zona de arrabales, huertas y conventos de Vitoria. Por estas calles, que tienen su eje principal en la de Eduardo Dato, fluye la vida social, comercial y económica de Vitoria. Como complemento perfecto de las fachadas de piedra resaltan los miradores blancos, mientras el asfalto, salpicado de árboles, esculturas y bancos para el descanso, es el reino de peatones y ciclistas.
A mediodía, cuando el sol suaviza los rigores del invierno vitoriano, es el momento ideal para pasear por el parque de La Florida, el más característico de una ciudad en la que abundan los espacios verdes. Casi cien especies diferentes de árboles, y otras tantas de arbustos, se agolpan en este reducido espacio que, por arte de quienes lo ingeniaron, parece multiplicar su tamaño.
Varios museos, como el de Bellas Artes y el de la Armería, o instituciones, como el Gobierno Vasco ocupan algunos de los palacetes con jardín que se levantan cerca del parque. Si seguimos, una agradable caminata nos llevará, pasando por el campus universitario y el parque de El Prado, hasta la basílica de San Prudencio de Armentia, uno de los hitos del Camino de Santiago en Álava. La placidez rural que envuelve la iglesia románica y el minúsculo barrio vecino es tal, que Vitoria, ciudad tranquila donde las haya, nos parece desde aquí una urbe agitada y trepidante.

Mérida.

La antigua calzada romana que unía Mérida con Astorga es hoy un itinerario que permite recorrer montañas, ríos, valles y ciudades de una gran variedad paisajística y rico patrimonio arquitectónico.

Varias formas de seguir la calzada romana
Quinientos kilómetros separan Mérida de Astorga, las dos principales ciudades que enlazaba la antigua calzada de la Vía de la Plata. Esta ruta puede realizarse en coche, siguiendo en su mayor parte el trazado de la N-630. Otra opción es hacer la excursión en bicicleta, en viajes que pueden ocuparnos una semana, o imitar a los antiguos caminantes que la recorrían a pie, en una veintena de días. La vía está señalizada, de sur a norte, con flechas amarillas pintadas en las piedras, aunque también se conserva algún miliario romano original; en estos postes se informaba del camino recorrido desde la ciudad de origen, que era Mérida.

Principales visitas
Mérida. Sus vestigios romanos son Patrimonio de la Humanidad. Los más importantes son el teatro, un circo con aforo para 30.000 personas, un arco dedicado a Trajano, el templo de Diana y un puente que salva el río Albarregas. Vale la pena visitar su Museo Nacional de Arte Romano (Tel. 924 330 104): el edificio que lo aloja, obra del arquitecto Moneo, es el escenario idóneo para acoger su valioso fondo arqueológico. La mayoría de piezas proceden de la colonia Emerita Augusta; pinturas del anfiteatro, objetos de culto, retratos imperiales y mosaicos ayudan a recrear aquella época.
Cáceres. En su casco antiguo, también Patrimonio de la Humanidad, destaca la plaza Mayor, donde está el Ayuntamiento, numerosas casas nobles como la de Godoy y templos como el románico de Santiago.
Salamanca. Su corazón late en la barroca plaza Mayor. La ciudad cuenta con dos catedrales, la Vieja y la Nueva. La Universidad es una de las más antiguas de España. Entre sus casas señoriales hay que ver la de las Conchas. Un puente romano se alza sobre el río Tormes.
Zamora. En su castillo despunta la torre del Homenaje. La catedral es románica, con tintes bizantinos. El palacio del Obispo es otra visita.
Astorga. No hay que perderse la catedral, con fachada barroca e interior gótico, y el palacio Episcopal, diseñado por el arquitecto catalán Antoni Gaudí.
Benavente. Entre las iglesias de esta ciudad monumental destacan la románica de San Juan del Mercado y la cisterciense de Santa María del Azogue.
Aljucén. Parte de su término se halla en el Parque Natural de Cornalvo. Destacan la iglesia de San Andrés y, a las afueras, el dolmen de Lácara.
Béjar. Rezuma nobleza como la que tiene su palacio Ducal. Sobresale la iglesia de Santa María la Mayor.
La Bañeza. Su principal templo es la iglesia de Santa María, donde se ve un retablo Mayor, obra de Rivera.
Alcuéscar. Entre casas nobles está la basílica de Santa Lucía del Trampal.
Casas de don Antonio. La Vía de la Plata pasaba por su calle Real y por el puente que hay en el arroyo Santiago.
Alconétar. El embalse de Alcántara anegó parte del pueblo, dejando a la vista los pilares de un puente romano y la torre del castillo medieval de Floripes.
Baños de Montemayor. Este pueblo de tradición balnearia conserva los restos de unas termas romanas.
Álija del Infantado. Destaca el castillo-palacio del siglo XV y la iglesia románica de San Verísimo.
Aldea del Cano. Sus tesoros son las iglesias de San Martín y de Nuestra Señora de los Retablos.
La Vizana. Un puente romano cubre el río Órbigo.

VÍA DE LA PLATA

La antigua calzada romana que unía Mérida con Astorga es hoy un itinerario que permite recorrer montañas, ríos, valles y ciudades de una gran variedad paisajística y rico patrimonio arquitectónico.

Por Paco Nadal
El camino entre Mérida y Astorga, Iter ab Emérita Asturicam. De esta manera tan inequívoca se conocía hace casi dos mil años uno de los mayores logros de la ingeniería de caminos de Hispania: la Vía de la Plata; la calzada romana que salvaba el casi medio millar de kilómetros que separan Mérida (Badajoz) de Astorga (León). No era la única –los romanos dotaron a Hispania de una red de carreteras tan eficiente que fue la base del sistema viario nacional hasta el reinado de los Reyes Católicos–, pero la estratégica ubicación de norte a sur de la Vía de la Plata le dio un papel tan activo en la romanización de España, la arabización del noroeste peninsular, la reconquista de Extremadura o el tránsito de peregrinos mozárabes hacia Santiago de Compostela que se definió como la «columna vertebral de Hispania».

Un alarde de ingeniería
Todo esto lo sabemos por un libro considerado el primer mapa de carreteras de España, el Itinerario de Antonino, una recopilación de todas las calzadas existentes en el siglo iii que ha permitido reproducir el trazado de la calzada imperial número XXIV, Iter ab Emérita Asturicam. Ésta salía de Mérida por el puente del río Albarregas, junto al acueducto de los Milagros, y se prolongaba a lo largo de 465 kilómetros hasta Astorga pasando por Aljucén, Cáceres, Baños de Montemayor, Salamanca, Benavente y La Bañeza. Para dar apoyo y servicio a los viajeros, los romanos instalaron cada 25 millas aproximadamente –una milla romana equivale a 1.480 metros– una mansio, especie de estación de servicio de la era clásica, dotada de cuadras con depósito de caballos y forraje, servicio de jumentarii o carrucarri –alquiler de caballos y carruajes–, destacamento militar, hospedería y servicio de comidas.
La calzada tenía puentes, barreras quitamiedos en los puertos de montaña, alcantarillado para evacuación de agua, postes kilométricos –miliarios– que indicaban la distancia a la próxima ciudad, además de un firme bien asentado con cuatro capas sucesivas de tierra y piedra rematadas por un pavimento de losa pulida. Un grado de civilización y desarrollo sorprendentes si pensamos que todo esto transcurría hace veinte siglos. El Itinerario de Antonino describe hasta trece mansios principales entre Mérida y Astorga, algunas de las cuales están muy bien localizadas porque evolucionaron hasta convertirse en grandes ciudades como Salamanca, Cáceres o Zamora.
Sin embargo, ningún documento de la época se refiere a la calzada XXIV como de la Plata ¿De dónde proviene entonces su nombre actual? Durante mucho tiempo se pensó que el origen podía estar en el transporte de plata y otros metales que los carromatos romanos llevaban desde la minas leonesas y asturianas hasta Emérita Augusta. Actualmente, los historiadores no abrigan ya sospechas de que el origen del término es árabe. Pese al abandono sufrido tras la caída del Imperio romano, la calzada se encontraba en buen estado cuando en el año 714 los árabes invadieron la Península. Éstos la llamaron B’lata, que significa camino empedrado, para diferenciarla de otros caminos de tierra apisonada. Es fácil deducir que la evolución del término árabe dio lugar a la actual denominación.

Mérida, punto de partida
Ha llegado el momento de empezar viaje por este histórico trazado. Estamos en Emérita Augusta –Mérida–, la ciudad modelo, la «Roma hispana», capital de la provincia de Lusitania que el emperador Augusto mandó construir a orillas del Guadiana en el año 25 a.C. y que pobló con legionarios licenciados –eméritos– de las campañas contra cántabros y astures.
Los urbanistas imperiales diseñaron una cuadrícula de 80 hectáreas de superficie junto al río rodeada por una muralla de sillería con torreones circulares de la que aún se conservan tramos. El casco urbano quedaba condicionado, como todas las grandes ciudades romanas, por dos vías principales, el Cardus Maximus, orientado de norte a sur, y el Decumanus Maximus, de este a oeste. Ambos se cruzaban en el foro municipal, la plaza pavimentada que servía de escenario a las más diversas manifestaciones sociales de la ciudadanía. Separado por el arco de Trajano quedaba el foro provincial, donde se resolvían asuntos relativos al resto de Lusitania. El templo de Diana es el único que ha llegado hasta nuestros días gracias a que su planta y sus columnas fueron aprovechadas como pilares por un palacete renacentista en el siglo xvi, y también el soberbio puente sobre el Guadiana, una maravilla de la ingeniería civil romana que salva los 792 metros de anchura del cauce mediante 60 arcos que aún hoy impresionan. Todo esto, la construcción de la ciudad y su evolución, se puede entender de una manera muy didáctica en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, un edificio en forma de basílica clásica que el arquitecto Rafael Moneo levantó en 1986 para albergar las principales piezas arqueológicas recuperadas de la vieja Emérita.

El centro de ocio de la antigüedad
Pero la joya de la Mérida romana es sin duda su teatro, uno de los más importantes y mejor conservados de todo el mundo romano. Lo mandó construir el cónsul Marco Agripa en el año 18 a.C., aunque se finalizó en tiempos de Adriano, en el año 135. A un costado, separado por una avenida, queda el anfiteatro, con capacidad para 14.000 espectadores. Algo más alejados, los restos del circo, de 400 metros de largo por casi 100 de ancho, completan este gran centro de ocio de la antigüedad.
Como ya se dijo, la calzada salía de Mérida hacia el norte por el puente del río Albarregas. Pero su trazado exacto sigue siendo aún tema de estudio y controversia. Han quedado muchos más restos del primer tramo, hasta Salamanca, donde se encontraba el límite provincial entre la Lusitania y la Tarraconense, porque hasta allí llegaba el firme empedrado con losa pulida. De Salamanca a Astorga el territorio estaba menos poblado y romanizado y la víase remató con una simple capa de tierra apisonada.
Un ambicioso proyecto llamado Alba Plata, financiado con dinero del Banco Europeo de Inversiones, lleva desde 1997 rescatando y restaurando el patrimonio histórico de la Vía de la Plata, entre ellos, la recuperación del trazado original, pero sus trabajos aún no han sido ni publicados ni señalizados para que pueda disfrutarlos el público.

Un camino difícil de seguir
Hoy por hoy, y hasta que se señalicen los tramos recuperados por Alba Plata, la única opción para seguir en parte la vía romana –no siempre con fidelidad histórica– son las flechas amarillas que las asociaciones de amigos del Camino de Santiago han pintado entre Sevilla y Astorga, donde la calzada enlaza con el Camino Francés a Compostela. Los más cómodos pueden seguir en coche la N-630, a la que el Ministerio de Fomento llama «Ruta de la Plata» aunque no tiene nada que ver, ni por asomo, con la ruta original de hace dos mil años.
De una u otra manera, el viajero pasará por las pequeñas localidades extremeñas de Aljucén, Alcuéscar y Casas de Don Antonio, donde se cree pudo estar la primera mansio y donde el viajero transitará sobre el primer puente de piedra de la vía de origen romano, aunque fue muy reformado en siglos posteriores. Entre Casas de Don Antonio y Aldea del Cano aparece también el primer miliario, a la derecha de la carretera nacional y muy cerca de ésta. Estos postes cilíndricos de mármol, que aparecerán en otras muchas ocasiones a lo largo de la ruta tirados por los campos o reutilizados en viviendas y cercados de terrenos, marcaban las distancias a recorrer y solían llevar también inscrito el nombre del emperador o mandatario que lo había mandado construir.
La Vía de la Plata entra en Cáceres por el puerto de las Camellas. Fundada en el año 79 a.C. como asentamiento militar en las guerras de Sertorio contra Quinto Cecilio Pío, Cáceres es anterior incluso a la creación de Mérida, pero su pasado romano ha quedado completamente diluido por el enorme auge cultural y económico que la ciudad vivió durante la alta Edad Media.

Tiempo para descubrir Cáceres
El casco viejo de Cáceres, declarado Patrimonio de la Humanidad, es hoy uno de los mejores ejemplos del urbanismo medieval español y una delicia para el caminante que, sin demasiado esfuerzo, puede sumergirse en un decorado real donde en cada esquina parece que aún puede surgir un caballero con lanza y escudo, un grupo de truhanes, el abad de un convento o una dama noble asomada a la ventana del salón del palacio de Golfines, donde un grupo de pajes tocan laúdes y clavicordios.
Aunque los orígenes de la Vía de la Plata hay que buscarlos en el pequeño camino de tierra abierto por las legiones romanas, la calzada que conocemos es obra de la Roma imperial, y en especial del emperador Augusto. Éste, una vez sometidas las tribus cántabras y astures y pacificada la totalidad de Hispania, acometió un plan de carreteras que sería el más ambicioso de los planteados en España hasta bien entrada la era moderna. Sus sucesores, Tiberio, Vespasiano y Nerón prolongaron la Vía hasta Salamanca. Pero fueron los dos emperadores de origen hispano, Trajano y Adriano, quienes le dieron la forma que hoy conocemos y levantaron los grandes puentes de la Vía, como el de Alconétar, sobre el Tajo –visible hoy gracias a que sus restos se trasladaron de lugar para que no quedaran anegados por el embalse de Alcántara–, y el de Salamanca, sobre el Tormes, una de las obras emblemáticas de la calidad y el buen hacer de la ingeniería romana.

Salamanca, urbe de la cultura
Como ocurre con Cáceres, pocos restos romanos permanecen de la antigua Salmantice, si exceptuamos el citado puente sobre el Tormes. Y es que Salamanca estaba llamada a escribir páginas más vibrantes en otras épocas, cuando en 1218, el rey castellano Alfonso IX mandó crear un Estudio General con sede en la catedral que más tarde susucesor Alfonso X convirtió en la primera universidad de España. Desde entonces, el conocimiento y el saber han dado sucesivas manos de pintura intelectual a la ciudad casi al mismo ritmo que los mejores canteros y arquitectos del mundo creaban un envoltorio de arte y riqueza para una urbe que habría de ser sinónimo de cultura en todo el Imperio español. En el siglo xvi, un 40% de la población censada en la ciudad era estudiante. Una condición que aún se mantiene, con miles de jóvenes ocupando las mismas aulas donde impartieron clases Miguel de Unamuno, Fray Luis de León y otros muchos personajes de la ciencia y las humanidades.
Desde Salamanca, la Vía de la Plata se interna en las planicies castellanas en busca del valle del Duero y de Zamora, de la que no hay duda de que se trata de la mansio Ocelum Duri. Según el Itinerario de Antonino, de Salmantice a la siguiente mansio, Ocelum Duri, había 42 millas romanas, es decir 62 kilómetros, los mismos que ahora marca el cuentakilómetros de los vehículos que hacen ese recorrido por la N-630.
Zamora es la ciudad del románico. Un esplendor heredado del floreciente siglo xii que envuelve al viajero que se interna en su casco antiguo a través de la muralla.

Zamora y el final de la ruta
En el interior de la ciudad se acumulan palacios e iglesias. Pero una construcción sobresale sobre todas, la catedral, obra cumbre del románico zamorano. El templo presenta toda la sobriedad y sencillez de líneas propia del románico, pero sus diseñadores añadieron ciertos elementos bizantinos que la diferencian de cualquier otro edifico de esa corriente artística. Con Zamora acaba también la tiranía de la línea recta en el horizonte de la ruta. El río Esla, que la vía romana salvaba en las cercanías de Benavente, dulcifica el paisaje y cambia el secano del cereal por la humedad de las huertas. Tras el puente de La Vizana, sobre el río Órbigo, la ruta entra en León y barrunta ya su fin. El viajero cruzará Álija delInfantado y La Bañeza, una ciudad cargada de historia con las peregrinaciones a Santiago, y llegará a Astorga, Asturica Augusta. Esta ciudad, fundada sobre un antiguo castro astur para contener a las belicosas tribus cántabras, se erigió como eje de comunicaciones del noroeste hispano. No en vano, desde Astorga partían otras ocho calzadas hacia otros tantos rincones del imperio. Pero ése es ya otro viaje.

Esta ciudad se ha abierto camino apostando a lo grande por la arquitectura de vanguardia, el arte y la tecnología, afirmando su propio lugar entre las grandes capitales europeas.

Cómo llegar
Por la Autopista del Mediterráneo, A-7, se accede a Valencia tanto por el norte como por el sur. La E-901 la une con Madrid.

A tener en cuenta
El tren Euromed une en dos horas Valencia y Barcelona y llega a la Estación Norte (Tel. 963 520 202), en pleno centro. El aeropuerto de Manises, situado a 8 km de la ciudad (Tel. 961 598 515) la conecta con todas las ciudades españolas. Hay una línea marítima, que la une con las Baleares (Tel. 902 454 645).

Las visitas más interesantes
La ciutat de les Arts i de les Ciències. Este conjunto de edificios se está convirtiendo en el nuevo símbolo de la ciudad. Formado por el Museu de les Ciències, el Palau de les Arts, L’Hemisfèric, L’Umbracle y L’Oceanogràfic, ofrece una amplísima oferta lúdica y cultural. Tel. 902 100 031. www.cac.es
IVAM. El Instituto Valenciano de Arte Moderno dispone de nueve galerías con obras de artistas de las vanguardias de principios de siglo y contemporáneos. www.ivam.es
Casa museo Blasco Ibáñez. En la playa de la Malvarrosa, junto al mar, está la casa del escritor que alberga efectos personales y un centro de investigación sobre su vida y obra. Tel. 963 564 785.
Museo de Bellas artes San Pio V. Situado en un palacio barroco, la tercera pinacoteca española exhibe joyas de la pintura española de todos los siglos. Tel. 963 605 793.
Biblioteca valenciana. Se trata de un monasterio renacentista, el de San Miguel del Reis, que fue salvado del derribo y convertido en sede de la biblioteca. Se organizan exposiciones y tiene librería y cafetería. Tel. 963 874 000.Bebidas típicas. Además de la horchata y los granizados de limón y de cebada, se ha hecho popular «el agua de valencia», un cocktail a base de cava, naranja y vodka. Para la sobremesa también se sirve un preparado de café azucarado, con una rajita de limón, muy refrescante, al que llaman «café del tiempo».
Generalitat. Este palacio gótico es la sede del gobierno valenciano. Destacan los elementos renacentistas del salón dorado y las pinturas de Joan Sarinyena del salón de las Cortes.
Torres de Serranos. Era la entrada a la ciudad para quienes llegaban de la Serranía. Está considerada como
la más interesante puerta urbana del gótico europeo; data del siglo XVI.
Lonja de los Mercaderes. Data del siglo XV y es Patrimonio de la Humanidad. Está compuesta por el salón de las Columnas, la torre, la sala de Juntas y el patio de los Naranjos.
Catedral. De predominante estilo gótico, se construyó, entre los siglos XIII y XV, a lo largo de 150 años. Destaca el campanario llamado El Miguelete y la puerta gótica de los Apóstoles.

VALENCIA

Esta ciudad se ha abierto camino apostando a lo grande por la arquitectura de vanguardia, el arte y la tecnología, afirmando su propio lugar entre las grandes capitales europeas.

Por Llum Quiñonero
La brillante y luminosa ciudad renacentista ha llegado remozada al siglo XIi.
En los últimos años ha crecido una red de metro modernísima que ha soterrado el viejo trenet –tren de vía estrecha– que recorría la huerta uniendo los pueblos y la ciudad que crecía sin freno. Un flamante tranvía la une con la playa –el tranvía a la Malvarrosa– que tan lejos quedaba antes, más por inaccesible que por distante. Los monumentos se limpian, se restauran. Se levantan museos nuevos y se reparan los viejos. El cauce del Túria se ha convertido en un parque único en una ciudad que, a pesar de quedarse sin río, ha ganado un pulmón verde serpenteante y kilométrico que la abraza.
Si se recorre el antiguo cauce en dirección al mar se topa con las últimas grandes apuestas: la Ciutat de les Arts i de les Ciències, con L'Hemisfèric y L’Oceanogràfic.

La nueva arquitectura
Desde el puente o desde la altura del mismo cauce del Túria se contempla un espectáculo de edificios esculturales, blancos, monumentales, ro-deados de verde, de pequeños y grandes lagos, de caminos y paseos. Cada uno de los edificios de esta ciudad de las artes y las ciencias es magnífico en sí mismo. El primero en inaugurarse, el año 1998, fue L'Hemisfèric, una obra del valenciano Santiago Calatrava con una pantalla gigante de 900 metros cuadrados en la que pueden verse simultáneamente tres grandes espectáculos audiovisuales.

Un gran ojo humano
El edificio por sí solo resulta atractivo, insólito; dicen que es un ojo; lo será, más cuando los ventanales cierran su párpado con un complejo sistema hidráulico y lo ves reflejado en el agua postiza de este río, un estanque rectangular de 24.000 metros cuadrados que arrastra modernidad y nuevas tecnologías. Si sus 14.000 metros cuadrados lo convierten en un edificio monumental, su tamaño queda reducido al ver crecer a su lado la otra gran obra de Santiago Calatrava. En el Museude les Ciències ha construido una especie de catedral laica, transparente, luminosa, con enormes columnas que semejan árboles de sal, o resplandecientes estructuras de barcos en construcción, o mastodónticos huesos de animales fantásticos. Sea lo que fuere, el espacio resulta imponente, magnífico incluso al margen de su uso.

Mirador a la ciudad
El majestuoso edificio del museo está sostenido por cinco columnas grandiosas. Sus tres plantas se han convertido en un balcón abierto, blanco, diáfano, desde el que mirar una ciudad que merece ser mirada. Al fondo, el puerto, el mar. A ambos lados, enormes avenidas que crecen sin pausa y la ciudad bulliciosa de siempre con sus palacios, sus cúpulas azules, su ruido y su luz intensa.
Otro de los puntales de la nueva Valencia, L'Oceanogràfic, se ha concebido como un parque natural, como un centro científico y educativo que, en 80.000 metros cuadrados, abarca nueve áreas temáticas, con un total de 22 acuarios de gran tamaño. Éstos se han ubicado en los edificios que rodean el gran lago central.

La ciudad submarina
Así, sin salir del viejo cauce del Túria se puede contemplar, por ejemplo, la vida acuática de las Bermudas o de las islas Canarias. Existe una zona habitada por leones marinos y otra que reproduce la vida en el mar Rojo o la de los mares Ártico y Antártico. L’Oceanogràfic es, en definitiva, una gran ciudad submarina de la que Félix Candela ha diseñado las cubiertas de los edificios de hormigón blanco y cristal que responde a la función primordial de potenciar el contacto con la vida marina.
Pero no hay que olvidar la ciudad antigua. Valencia tiene fama de barroca, extrovertida, popular. La visión de la Lonja tranquiliza; piedra sobre piedra se levanta un templo civil, fruto de la riqueza y el poder de la Valencia renacentista. Elegantes columnas juegan a ser palmeras y a romper en nervaduras, como fuegos de artificio perdurables.

Visita almercado
A la paz del patio renacentista le llega la algarabía del mercado modernista: «Ocho mil metros de mercado –dice el guía–, el más grande del mundo cuando se construyó, en 1928». Puestos grandes, luminosos, atendidos por mujeres con delantales blanquísimos ofrecen los mejores productos del mar y de la tierra. Esta sí que es una cita inaplazable y apetitosa para conocer la ciudad desde todos los sentidos.
Le toca el turno al esplendor gótico, con el palacio de la Generalitat y otros palacios de la calle Cavallers. De allí a la catedral, primero gótica, más tarde, barroca, para volver a descubrirse el gótico. Si se visita por la puerta más antigua, la del Palau, nos encontramos ante la tumba de un ilustre valenciano, escritor, noble y poeta, Ausiàs March, que fue maestro de otros poetas y escritores renacentistas, catalanes y castellanos.

Camino de la Malvarrosa
En la Estació de Fusta cedo a la tentación de subir al tranvía, camino de la Malvarrosa –vaya nombre precioso para una playa–. Un tric-trac suave conduce de barrio en barrio a través de la Valencia periférica con sus grandes bloques de casas que crecieron en los años setenta, sin orden ni concierto, comiéndose la huerta. Ahora todo aquel maremágnum está apaciguado. Las calles tienen su trazado. Camino del Cabañal, dejando atrás Benimaclet, empieza a brillar la luz intensa y blanca de la huerta. Se ven bancales plantados, cultivados, vallados. Y veo que la moderna Universidad Politécnica y la Literaria también se han asentado en plena huerta. Entre las particularidades de esta ciudad está, sin duda, su carácter huertano, su vinculación al campo y a la tierra; ahí reside parte de su encanto, de su sabiduría y, desde luego, parte de su riqueza económica y, por qué no, también algunas de las razones de su desencuentro.

Noches animadas
Paseo por la playa y entiendo que fue esta luz del crepúsculo la que Sorolla plasmó en sus lienzos. Cuandoseva el sol, la Malvarrosa se transforma. Los bares de copas se llenan de jóvenes y no tan jóvenes, de marcha. También se llena el paseo Marítimo. No queda lejos la casa museo de Blasco Ibáñez, ni las renovadas atarazanas, ni el puerto nuevo. Mucha ciudad todavía para recorrer.

TRUJILLO

Cuna de descubridores, la visita por la bella y monumental ciudad cacereña invita a viajar a través de su milenaria historia.

Por Antonio Picazo
A lo largo del siglo xvi, tras la recuperación de los territorios hispanos a los árabes, Extremadura, como otras partes de España,
se constituyó en señoríos. Esto, que si bien significó riqueza y poder para unos pocos, para otros muchos, ante las pocas oportunidades de progreso que ofrecía este nuevo orden, supuso el éxodo hacia América. En Trujillo, este fenómeno tuvo una especial incidencia. Por eso, hoy, nada más poner el pie en la plaza Mayor, surgen nombres y evocaciones que hablan de la conquista del Nuevo Mundo.

Tierra de conquistadores
Si uno gira sobre el eje de la plaza, no sólo se encuentra con la estatua ecuestre de Francisco Pizarro sino, también, con el palacio de los marqueses de la Conquista, una casona que posee un balcón esquinado y una decoración plateresca en la que aparecen los bustos de algunos Pizarro y el escudo de armas que Carlos I otorgó al conquistador de las tierras andinas.
Pero los platos fuertes de la visita a Trujillo están intramuros. Caminando villa arriba, por la llamada Cuesta de la Sangre, los pasos se internan por un enredo de callejas hasta dar con la deliciosa calle de los Naranjos. Aquí se encuentra la casa de los Hinojosa Calderón, la cual tiene un sombrío patio que cuenta que de lugares como éste salieron tantos y tantos patrones para las casas coloniales americanas.

Iglesias y casonas
Dentro del recinto de las murallas de Trujillo, van sucediéndose iglesias, como la monumental Santa María la Mayor; o palacios, como el de los Chaves-Mendoza; también casonas, alcázares, algún aljibe y jardines cuyos árboles sacuden el polvo de lo antiguo con aromas frescos y nuevos. Eso, sin dejar nunca de percibir otras resonancias americanas como la casa del explorador del río Amazonas, Francisco de Orellana o la Casa-Museo de Pizarro. Y, por fin, ya fuera de los muros, cerca de la esquina noreste de la plaza Mayor, aparece el mayor repertorio de nombres evocadores de América: el palacio de Juan Pizarro de Orellana, primer corregidor de Cuzco, que cuenta con la fachada más estética y lograda de Trujillo.
Trujillo está en la punta de un triángulo que, junto a los otros dos vértices, Cáceres y Mérida, forman una referencia geométrica y monumental declarada Patrimonio de la Humanidad. Este triángulo encierra un paisaje de campiña y monte tendido donde pastan ovejas, caballos y toros de lidia. Grandes prados de verde nuevo en contraste con el verde tosco, casi gris, de las encinas.

Por los alrededores
En uno de los lados se halla la villa de Madroñera en la que se percibe una gran calma conforme se avanza entre sus fachadas pintadas de blanco extremadura. En la plaza, tan recogida que parece un patio, frente al palacio de los Santa Cruz, se eleva un rollo de casi ocho metros de altura erigido en el siglo xvi.
Si se deja a la espalda la meseta trujillano-cacereña y se encara la sierra de Montánchez se encuentra el pueblo del mismo nombre. Éste, además de su castillo, posee casas nobiliarias y algunas iglesias y ermitas interesantes. Y el barrio de El Canchalejo, que parece una compostura hecha con trazos de judería y morería. En las afueras, se halla su plaza de toros que, como dicen los del pueblo, «no es como las demás, porque todas son redondas
pero la nuestra es cuadrá».

TIERRAS DEL RIBEIRO

El Miño juega con las viñas, aldeas y balnearios del oeste orensano.

Por María UncetaNo es uno, sino tres los ríos que riegan esta comarca volcada desde hace siglos en la elaboración del vino. El Miño y sus afluentes, el Avia y el Arnoia, labran una sucesión de valles, forman recodos sinuosos cubiertos de vegetación y pozas donde se remansan las aguas, abren laderas en forma de terrazas que suben desde las orillas, y dejan al descubierto miradores desde los que se dominan superficies extensas que son patrimonio del bosque y de las viñas. Pueblos y parroquias, aldeas poco habitadas, monasterios, balnearios y cru-ceiros se suceden en esta zona al sudoeste de Orense.

Del verde al dorad
El territorio del Ribeiro está protegido de los vientos del Atlántico por la sierra de Laboreiro, lo que le proporciona un ambiente suave: húmedo para que las viñas reciban su dosis de agua y caliente y soleado en verano para que alcancen su correcta proporción de azúcares. El paisaje dominante lo componen esas laderas escalonadas en bancales en las que se asientan las viñas, trepando por hilos metálicos o sujetas a pivotes de granito, emparradas para evitar el contacto con el suelo excesivamente húmedo, y que van cambiando su tono, del verde al rojo, a medida que se acerca el tiempo de la vendimia. Parece que los romanos ya cultivaban las viñas y que los monjes cluniacenses intensificaron la producción al calor del Camino de Santiago.

Un vino con historia
El final de la Edad Media fue la época gloriosa del Ribeiro. Algunos historiadores apuntan que la prohibición por parte de Felipe II de comerciar con los países protestantes abrió los mercados al Oporto portugués y fue el inicio de la decadencia del Ribeiro; las plagas del oidium y la filoxera, en el xix, hicieron el resto, y el Ribeiro bajó de calidad y quedó circunscrito a un vino consumido en el entorno en el que se producía. A mediados del siglo xx, se recuperaron las variedades de uva autóctona, que habían sido sustituidas tras la filoxera por variedades foráneas, se modernizó la tecnología de las bodegas y el vino recuperó calidad y prestigio.
Ribadavia, la hermosa capital de la comarca, tuvo también su época de esplendor en la Edad Media, hasta el punto de que llegó a ser capital del reino de Galicia entre 1065 y 1071. Buena parte de la historia de esta población, declarada conjunto histórico-artístico, está ligada al linaje de los Sarmiento, quienes construyeron en el siglo xv, en una zona elevada de la población, el castillo que deja ver parte de la muralla que rodeaba la villa. Desde aquí va bajando el casco urbano hacia el río Avia, descubriendo a lo largo del paseo edificios medievales de piedra gris, plazas con soportales, palacios con escudos heráldicos y callejas intrincadas que formaron el núcleo de una pequeña judería.

A ambos lados del Miño
Dos carreteras bordean el Miño desde Ribadavia hasta el sur de la provincia de Orense. En la orilla derecha las paradas más interesantes son Francelos –famosa por sus anguilas y por la iglesia de San Xés de Francelos, una pequeña joya prerrománica– y el monasterio de Santa María de Melón.
Siguiendo la orilla izquierda, el río Miño, embalsado por la presa de Frieira, se ensancha y pierde su bravura pero ofrece magníficos panoramas y la posibilidad de surcar sus aguas en catamarán. Entre prados y bosques, las iglesias de San Salvador de Arnoia y San Miguel de Valongo lucen sus espadañas de piedra y sus torres barrocas.
Una excusión muy aconsejable es la que nos llevará hasta Celanova, en las afueras de la comarca del Ribeiro. Pero el monasterio barroco de San Salvador, con una iglesia y un claustro magníficos, y el recinto celta y romano de Castromao justifican de sobras este pequeño quiebro en la ruta.

TERUEL

En el interior de Aragón, la Ciudad de los Amantes aparece como un compendio de arte mudéjar y renancentista que no hay que perderse.

Por Isabel Alonso
La estación de ferrocarril de Teruel tiene aún todo el encanto de las fotografías en blanco y negro. Aunque eso, en realidad, le pasa a la ciudad entera, como se puede comprobar si se empieza a subir por la escalinata desde la estación. Pronto se encuentran muchos rincones que remiten al albor del siglo xx, otros nos remontarán a la Edad Media, varios al renacimiento, y algunos, también, a épocas más recientes y onerosas de la historia española.

Morir de amor
Siguiendo escaleras arriba para alcanzar la ciudad encontramos un enorme relieve en piedra que recuerda el momento en que Isabel cae muerta sobre el cadáver de Diego. Por si alguien no lo sabe, Diego de Marcilla murió de amor al negarle su amada un beso como prueba de sus sentimientos. Poco antes de su funeral, desconsolada, ella fue a dar al cadáver el beso que le negó en vida, y murió de amor a su vez.
Seguimos camino y llegamos a la plaza del Torico. Tradicionalmente, fue mercado y bajo sus pórticos se sigue desarrollando la alegre actividad comercial y social. En el centro, la figura totémica del toro, con su obelisco y su fuente. Alrededor, varios edificios modernistas irrumpen en el entramado de balconadas aragonesas, alguna decorada con la típica y vistosa cerámica blanquiverde.

Las cuatro torres
Llegamos a la primera de las torres mudéjares, la de la iglesia de San Pedro, sobria y contudente, y por la calle de los Amantes accedemos a una acogedora explanada en la que se encuentra la catedral. No se trata de un edificio espectacular, pero alberga un tesoro de incomparable magnitud: la techumbre, conmovedora obra de arte en madera policromada, que nos traslada al final del siglo xiii en el tiempo que se tarda en subir una empinada escalera. Desde la balaustrada que se ha habilitado al efecto, me deleito en las variopintas imágenes medievales que una reciente restauración ofrece con vivísimo colorido. Perola catedral alberga otras joyas, sobre todo la bellísima torre mudéjar, con la triple función de atalaya, campanario y puerta. La tercera torre es la de El Salvador, erigida en el siglo xiv. Para llegar a lo más alto de la torre hay que salvar ciento veintidós escalones. Decido acercarme a la torre de San Martín que, como las dos anteriores, combina ladrillo con cerámica vidriada en blanco y verde, y también hace las veces de arco o puerta. Pero ésta me resulta más simpática, porque tiene la particularidad de estar inclinada. Para remediarlo, en pleno renacimiento se le añadió un contrafuerte de sillería que, si bien la mantiene erguida, le confiere un punto de fragilidad, como si estuviese herida.

La huella renacentista
La puerta y cuesta de la Andaquilla son algunos de los vestigios medievales que todavía se conservan. Bordeando la muralla hacia el sur me encuentro con el portal de la Traición, desde el que se contempla una obra de ingeniería que en el contexto de esta villa me sorprende por lo colosal: el viaducto de los Arcos, estilizada arquitectura renacentista que lo mismo sirve –o servía– para transportar agua que para facilitar el acceso a Teruel. Tras el inesperado hallazgo, continúa la muralla medieval, y se suceden los torreones, cuatro imponentes barbacanas en perfecto estado de conservación.
Termino mi paseo por la ciudad visitando los restos de los célebres Amantes de Teruel, en el mausoleo situado en una capilla junto a la torre de San Pedro. Lo que realmente es hermoso son las manos –de mármol– de Isabel y Diego, siempre a punto de rozarse, pero sin conseguir hacerlo.

TEJERA NEGRA

Inmenso y rico bosque de hayas en Guadalajara.

Por M. Eugenia Casquet
El otoño es la época de esplendor del hayedo de Tejera Negra, hasta el punto de que los fines de semana de octubre hay que solicitar un permiso para visitarlo. Sin embargo, este rincón del noroeste de Guadalajara, protegido ya en 1974 como sitio natural de interés nacional, y convertido en parque natural cuatro años después, es digno de ver en cualquier época del año. El recorrido por el parque no es sólo una delicia para los sentidos sino también una experiencia muy didáctica y constructiva.

Rutas bien contadas
A lo largo de las rutas establecidas por el hayedo se han dispuesto paneles explicativos que, de forma discreta y oportuna, muestran textos claros y dibujos que permiten, hasta a los más neófitos, acabar el paseo reconociendo muchas de las especies naturales que pueblan este enclave bañado por los ríos Lillas y Zarzas: las hayas con sus hojas ovaladas y sus troncos lisos, los robles con su esqueleto rugoso y sus hojas lobuladas, o el abundante pino silvestre –producto en parte de la repoblación– con su esbelto y rectilíneo cuerpo de tonos asalmonados y su copa verde oscura. De vez en cuando, uno se topa con solitarios tejos que, a pesar de dar nombre al espacio protegido, son menos abundantes.
Aves, como el cuco, con su inconfundible canto, el herrerillo común, o el petirrojo, pueden verse si el caminar del visitante es pausado y silencioso. Corzos, jinetas, jabalíes, topos, o el simpático lirón careto, aunque más difíciles de ver, también pueblan el lugar.
Por su parte, los pastos para el ganado y la lograda reproducción de una carbonera tradicional son testigos del aprovechamiento humano de este medio a lo largo de la historia. Así, una de las dos rutas que se pueden seguir, la más interesante, se denomina senda de las Carretas, pues por ella bajaban los carros cargados con el carbón vegetal obtenido antaño de sus bosques.
Del Centro de Interpretación del parque que, cercano al pueblo de Cantalojas, da entrada al espacio protegido, sale una pista transitable para coches que conduce a Majaelrayo, uno de los pueblos más característicos de la llamada arquitectura negra de Guadalajara, donde las casas, con
paredes y techos de negra pizarra, se conservan en perfecto estado. Situado a los pies del Ocejón, de 2.048 metros, es además el lugar ideal para los montañeros que quieran ascender a este pico.

Pueblos negros
Si se viaja en coche, la carretera sigue hacia el sur y pasa por pueblos «negros», como el precioso Campillo de Ranas, o Campillejo, dominados también por la pizarra. Al acercarse a Tamajón, hay que visitar la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales y, a su vera, un singular paisaje calizo con arcos y formaciones diversas recuerda, aunque en mucho menor escala, a la conquense Ciudad Encantada.
A continuación se halla el inexpugnable pueblo de Atienza que, coronado por un castillo y protegido por murallas, ocupa lo más alto de una colina. Se llega hasta aquí a través de la llamada ruta del Románico rural, que permite contemplar iglesias como la de Campisábalos o la de Albendiego. Una vez en Atienza, con su plaza porticada y sus casas blasonadas, no hay que perderse el Museo de San Bartolomé cuya iglesia esconde, además de arte sacro, una de las mejores colecciones de fósiles y conchas marinas de España. Sin duda, una genial sorpresa del pasado para concluir este viaje del presente.

El parque natural cacereño esconde una de las mejores muestras de la flora y fauna mediterráneas. Su visita siempre se convierte en una lección magistral de naturaleza e historia.

Por María Eugenia Casquet
Acabar con los ataques de los bandoleros fue lo que indujo a Carlos III a fundar, a finales del XVIII, la pequeña aldea de Villarreal de San Carlos, en tierras cacereñas, muy cerca del Puente del Cardenal. Hoy, el viajero que se adentra por estos parajes tiene, como antaño, encuentros inesperados, aunque por fortuna son mucho más agradables. Así, no es raro verse sorprendido por ciervos, zorros, o jabalíes que cruzan senderos, pastan en los descampados o se intuyen en la maleza.

Zona protegida
No en vano este escenario es desde 1979 el Parque Natural de Monfragüe y en sus casi 18.000 hectáreas se esconde una de las mejores muestras de la flora y la fauna mediterránea. Su visita, a pie o en coche, es una lección magistral de naturaleza. En las solanas, orientadas al sur, son abundantes las encinas y los acebuches u olivos silvestres. En las otras, las de umbría, orientadas al norte, dominan los alcornorques, con su abrigo de corcho –o despojados de él–, y los quejigos, revestidos a veces con fantasmagóricos líquenes.
Pero en el parque cacereño también hay laderas que muestran una cruda desnudez, víctimas de lo que fue una inadecuada reforestación años atrás. Entonces se plantaron centenares de eucaliptos para obtener madera rápida sin prever el daño que estos árboles causan al suelo. Hoy por fortuna se intenta recuperar la vegetación autóctona, sembrando otra vez el paisaje con especies mediterráneas. También fruto de la acción del hombre de antaño son las dehesas que, salpicadas por encinas, ocupan las llanuras. Éstas, hoy, resultan indispensables para la subsistencia de la fauna de Monfragüe, ya que en ellas encuentran su sustento, entre otros, ciervos, jabalíes, águilas o buitres. Estos últimos son sin duda las estrellas del parque, pues aquí se concentra la mayor colonia de buitre negro del mundo. Esta rapaz, la mayor de Europa, construye sus nidos en las copas de los árboles, mientras que los buitres leonados, más abundantes y más fáciles de ver, anidan en los roquedos. Basta recorrer los distintos miradores instalados a lo largo de la carretera que discurre desde Torrejón en Rubio, hasta Navalmoral de la Mata, para observar cómo decenas de ellos adornan el cielo con sus vuelos señoriales. En el mirador de la Portilla del Tiétar hay cigüeñas negras, con su alargado pico rojizo, alimoches y buitres negros y leonados, mientras que en el de La Higuerilla son las aves acuáticas, como garzas o cormoranes, las que sorprenden al viajero con aleteos y vuelos rasantes.

Habitantes históricos
Junto a tanta naturaleza, discurre la historia. Así, mucho antes que los bandoleros, pasó por aquí el hombre primitivo, que dejó su rastro en los abrigos rocosos, donde aún se esconden pinturas rupestres. Después vinieron los célticos vetones, que entre otras huellas dejaron sus chozos –construcciones de piedra y paja que han imitado durante siglos los pastores–. Los romanos le dieron el nombre: Mons Fragorum, monte fragoso, intrincado, lleno de quiebras y breñas. Y tras ellos, los árabes, responsables de la presencia –ahora agónica– del castillo que domina todo el parque. La caminata hasta la cima, la modesta ermita que junto a la fortaleza guarda una imagen de la Virgen traída por los cruzados desde Jerusalén y las soberbias vistas ayudan a revivir otros tiempos, cuando moros y cristianos se disputaban a golpes este hoy tan plácido territorio.

SEGOVIA

Desde el exterior, la vista de la ciudad, con el alcázar y la catedral en primer plano, muestra la esbeltez de la ciudad castellana. Desde el interior, sentiremos su magnificencia.

Por María Unceta
De las capitales de Castilla, es Segovia la más risueña, la más esbelta, la de perfil más nítido. Diría, incluso, que la menos castellana, con perdón de los segovianos que tan importante papel tuvieron en la forja del reino de Castilla. Durante el día, las calles de Segovia están llenas de gentes que pasean y miran, que ocupan las terrazas y abordan las iglesias románicas más céntricas, se hacen fotos con el alcázar de fondo y pasan anonadadas bajo el acueducto.

Varios trajes para una ciudad
La noche es otro cantar, es el mejor momento para paladear en soledad los tonos tenues y rozar con la punta de los dedos los velos de esta ciudad de muchas caras.
Para empezar, no es la misma ciudad vista desde fuera que cuando te sumerges en calles y plazuelas. Empezaré por situarme extramuros. La panorámica más hermosa es la que se tiene desde ese largo y fantástico paseo que arranca en el barrio de San Lorenzo, sigue por la Alameda del Parral y, tras abrirse paso por el barrio de San Marcos y desviarse hacia la hermética iglesia de la Vera Cruz, termina en el santuario de la Fuencisla.
Paseo entre álamos, al arrullo de las aguas del Eresma, especialmente recomendable al atardecer, siguiendo el eje en el que se instalaron desde la Edad Media los arrabales, los conventos, los molinos de harina y los lavaderos de la lana cuyos paños harían en tiempos rica a Segovia. Todo aquí, como en San Marcos, tiene un profundo sabor de tradición. Siguiendo la caminata, nos salen al paso las agujas góticas del monasterio de Santa Cruz la Real, fundado por los Reyes Católicos, y, al otro lado del río, despunta la torre rematada de encajes del monasterio de El Parral. Floreciente en su día, abandonado entre 1835 y 1920, conserva sin embargo algo del viejo empaque y, en la iglesia, un espléndido retablo plateresco. Sus actuales moradores, una decena de monjes Jerónimos, se ganan la vida fabricando bancos para las iglesias y regentan una hospedería sólo para hombres que se animen a compartir unos días la vida de clausura.
El claustrillo de la entrada del monasterio de El Parral es el mejor observatorio sobre la ciudad. La muralla deja al descubierto toda la belicosidad de sus potentes almenas. Vistos desde aquí, tejados y campanarios se alborotan hasta que la ágil y dorada torre de San Esteban y la mole blanquecina de la torre de la catedral imponen su orden vertical. La estampa del alcázar se proyecta desafiante sobre la claridad del cielo como remate de esa nave que avanza hacia el campo ondulado.

Mirador privilegiado
Una se quedaría aquí horas contemplando las vistas, imaginando que la ciudad está varada arriba protegiéndose con el foso, la muralla y las cuestas de nuestro inminente asalto. Pero sabemos que nos perderíamos otros placeres. El solitario paseo de San Juan de la Cruz lleva hasta los arcos de la puerta de Santiago, pero aún tenemos que subir un buen trecho hasta los jardines que hacen de antesala al alcázar. Aquí estuvo la catedral en la que se parapetaron los comuneros levantados en armas en 1520 contra los malos modos de Carlos V. Como se sabe, fueron derrotados y sus líderes –Juan Bravo entre ellos–, ajusticiados. Del viejo templo sólo quedó en pie el claustro, que fue trasladado piedra a piedra a la nueva catedral gótica, iniciada cinco años después.
Ante el impresionante torreón del alcázar se diluye la noción de escala, algo semejante a lo que ocurre cuando se sitúa uno bajo el acueducto; ambas obras parecen superar las capacidades técnicas del hombre de la época.
Pero el torreón del alcázar es, además, de una sutileza que no se prodiga en la arquitectura militar de la Edad Media. El edificio parece combinar los requerimientos de la espada y el laúd. Tal vez Felipe II, impulsor de esta parte de la obra, quiso dejar un recuerdo festivo en la ciudad tan castigada por su padre el emperador; de hecho, eligió este recinto para su boda con Ana de Austria, en 1570.
No hay que dudar en visitar el interior del alcázar, admirar sus artesonados –originales algunos, rehechos muchos tras el incendio de 1862– y los frisos de piedra de las estancias, y subir los ciento cuarenta inmisericordes escalones hasta lo alto del torreón. La recompensa por el esfuerzo es una localidad de lujo para ver el tejido urbano con la catedral en el puesto de mando, la cincha de la muralla, los conventos extramuros, los campos y la sierra.
El paseo de Don Juan II discurre entre la muralla y las tapias de jardines mínimos que dejan ver balcones de madera y miradores, abiertos al pinar que sube desde el río Clamores y que siempre me parecen desaprovechados. La envidia es así de mezquina y arrogante y una piensa en el buen uso que haría de semejantes atalayas si fueran de su propiedad.

El paseo de la muralla
Si continuamos la marcha por la calle del Socorro encontraremos la puerta que daba entrada a la judería, un sencillo balcón por el lado interior y un arco con aires de bastión por el exterior. Y desde aquí, ya extramuros, seguiremos por la calle Leopoldo Moreno hasta el paseo del Salón, donde desaparece el rastro de la muralla confundida con las casas o fundida en las raíces de éstas.
Atrás han quedado dos de las calles más interesantes de la ciudad, que vertebran el antiguo barrio de las Canongías, un mundo aparte donde los canónigos segovianos residían apartados del vulgo. Daoiz y Velarde son calles estrechas e íntimas, con caserones medievales que conservan patios porticados –uno de los tesoros ocultos de la ciudad– a través de los que reciben aire y luz, ya que los vanos hacia el exterior son escasos.
Un cierto callejeo y unos cuantos escalones llevan a la plaza de San Esteban, un espacio tranquilo donde el luminoso atrio románico de San Esteban dialoga con la severa portada del palacio Episcopal, piedra frente a granito y una torre hermosísima con un gallo en lo alto que cacarea su esbeltez. Es ésta una de las dieciocho iglesias románicas –San Millán, San Martín, El Salvador, San Andrés, San Juan de los Caballeros o San Justo son otras– que se conservan en Segovia, donde es prácticamente imposible andar tres calles sin toparse con un ábside o un atrio medievales.
Ajena a las líneas severas de otras parientes castellanas, la plaza Mayor de Segovia es un espacio irregular de aire desenfadado. Junto a los soportales, turistas y autóctonos comparten las terrazas de los bares, y el ábside de la catedral erizado de agujas, torrecillas y gárgolas pone el broche fantástico a uno de sus extremos. Para mí es la parte más hermosa de esta catedral que, a medida que nos acercamos a su portada, desborda por sus proporciones. En el interior, las naves inmensas, coloreadas por la luz de las vidrieras, van desgranando capillas, rejas, retablos, sepulturas y sillerías en una acumulación de obras de arte de la que conviene tomar tregua de vez en cuando descansando la vista en las altísimas bóvedas.

El acueducto, la primera gran obra
La catedral fue construida en el punto más alto de la ciudad, a 1.006 metros de altitud. A partir de aquí, el plano declina suavemente y se ensancha en una maraña de calles, plazuelas y cuestecillas que van a confluir en la plaza del Azoguejo y el colosal acueducto, espectador imperturbable del paso de los siglos, del tráfico cercano, del pasmo de los turistas primerizos y de la familiar indiferencia de los lugareños. Entre una y otro quedan muchos espacios mágicos que descubrir, como la plaza de San Martín –iglesia, palacios y el altivo torreón de los Lozoya– que de noche, a la luz tremendista de las farolas, triplica su potencia escenográfica. O la plazuela de los Caídos y la del conde de Cheste, en el barrio de los Caballeros, pequeñas geometrías verdes entre edificios con varios siglos a sus espaldas.
Los grandes atractivos de Segovia –a estas alturas ya lo habrán descubierto– radican en su potencia para evocar el pasado y en la naturalidad con la que salen al paso los monumentos más notorios, las vistas más espectaculares, los rincones más exquisitos. A veces parece un sueño.

RIBERA DEL DUERO

Seguimos el discurrir del Duero por tierras castellanas cargadas de historia y entre los viñedos que producen algunos de los vinos más famosos del mundo.

Por Pedro MaderaMientras el Duero vigila los viñedos de donde salen algunos de los vinos más famosos del mundo, el curso de este sinuoso río recorre tierras castellanas que guardan bellísimos rincones cargados de historia. Estamos en el límite oriental de la provincia de Valladolid, con Peñafiel a la vista, pero sabiendo que en esta zona todos los pueblos que salpican las orillas del Duero merecen una visita detenida ya que están cargados de bellezas artísticas.

Bodegas en Peñafiel
Peñafiel es el inicio de nuestra ruta por el mundo de las bodegas del Duero, preñadas de uvas tintas, la famosa «tinta del país». Desde tiempos inmemoriales se conocen los claretes de esta zona –que todavía se beben en los tapeos–, pero en los últimos veinte años los tintos de reserva hacen las exquisiteces de los mejores paladares. Para los amantes del buen beber, estamos en el terreno de la joven, pero pujante, Denominación de Origen Ribera del Duero, que ha logrado en un corto margen de tiempo situarse en una posición de privilegio en el gusto de los gourmets.
La silueta del castillo de Peñafiel, situado en una colina horadada por largos túneles donde madura el vino, domina toda la ciudad. Estamos en tierra de leyendas e infantes, como don Juan Manuel, que vivió en este castillo en el siglo xiv y que escribió El conde Lucanor, una de las obras magnas de las letras castellanas. A pesar de los desastres urbanísticos, es una delicia perderse por las callejas de Peñafiel y disfrutar de la visita sin prisas: la plaza del Coso, que conserva su estructura original de madera, la judería, la torre del Reloj y los conventos de Santa Clara y San Pablo –el primero de estilo barroco y el otro plateresco– son algunos de sus atractivos.

Conflictos de fronteras
Al otro lado del río, a unos cinco kilómetros de Peñafiel, encontramos Curiel de Duero. Esta villa rodeada de valles, sirvió de plaza defensiva cuando el Duero marcaba la frontera entre los reinos cristianos y el poder musulmán. Una pequeña excursión a pie nos llevará hasta el castillo de doña Berenguela en lo alto de un cerro. Curiel, villa castellana con picota blasonada incluida, tiene su mayor atractivo en la iglesia de Santa María, un armonioso templo, mezcla de estilos gótico, mudéjar y románico.

De orilla a orilla
El Duero siempre marca nuestra ruta, como si volviéramos sobre lo ya andado. Cruzamos de nuevo al otro lado del río para llegar a una villa histórica, Nava de Roa. Antes pasamos por Castrillo de Duero, donde los lugareños tienen un ilustre paisano. Aquí nació Juan Martín el Empecinado, invicto guerrillero que se opuso a los franceses en la guerra de la Independencia. En medio de casas con escudos y blasones, aún es posible encontrar la que habitó este personaje.
Entramos en la provincia de Burgos y en nuestro camino hacia Nava son muchas las bodegas que vamos encontrando en la margen izquierda del río. En medio de la llanura, Nava de Roa nos recibe con sus callejas estrechas.
De todo lo que ofrece Nava, que es mucho, nos recomiendan subir al monte donde está la ermita barroca de Santa Ana. Hacemos caso al amable vecino burgalés y las vistas no nos decepcionan. La armónica imagen del pueblo de casas bajas en medio del llano sólo es interrumpida por la figura de la iglesia de San Antolín.
Siguiendo el vado del río, seguimos hasta Aranda de Duero. El casco antiguo es una joya de los siglos xv y xvi y en él sobresalen las iglesias góticas de Santa María la Real y San Juan, así como el palacio renacentista de los Berdugo.

Un sabroso asado
Aranda también es famosa por sus fogones y sería imperdonable no dejarnos caer por alguno de los mesones que jalonan la ciudad. Nos decidimos a entrar en uno de ellos para degustar el tradicional lechazo asado y las morcillas de arroz. Un auténtico deleite. Antes de partir, visitamos también alguna bodega.
Atravesando tierras de vid, remolacha y cereal, dejando abajo el Duero, enormes bosques de pinos nos avisan de nuestra llegada a Villanueva de Gumiel. Aquí la industria vinícola comparte protagonismo con la maderera y existe una arraigada y curiosa afición de la que uno no puede evadirse.

Jugando a bolillos
Resulta muy simpático ver a hombres y mujeres de todas las edades jugando a los bolillos, los típicos bolos de madera. Aquí todo el mundo disfruta de este juego, sea en los calveros de los pinares, en las explanadas de las bodegas o en cualquier otro lugar.
En estas tierras de viejas refriegas entre moros y cristianos, el castillo de Peñaranda de Duero, antigua frontera entre sarracenos y castellanos, nos indica el final de nuestro viaje. La maciza torre y sus torreones sirven de entrada a la plaza Mayor. Tras pasar por un estrecho portal, vemos el rollo gótico –una columna de piedra labrada del siglo xvi, símbolo de la justicia– y la portada barroca de la colegiata abacial. Aquí, entre típicas casas castellanas, llegamos al final de esta ruta de los vinos del Duero: tierras sembradas de viñas que ofrecen reputados caldos mientras se degusta una excelente dosis de historia y paisaje.

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