PAMPLONA Y ARALAR

Un interesante recorrido para descubrir la capital navarra y su montaña más mítica.

Por María Pilar Queralt
A Pamplona se la ha calificado de «sueño bicolor» en alusión al fragor de los Sanfermines, al rojo y blanco que visten los mozos que, en julio, escapan del encierro por la calle de la Estafeta. Pero la capital navarra es mucho más que la fiesta que la ha hecho célebre.
Es fácil reconocer en ella una agitada historia urbana. Los sucesivos ensanches quedan bien delimitados por la amplia franja verde de los parques y el paseo de Sarasate, donde la urbe antigua y la moderna entran en contacto.

El centro neurálgico
Desde ahí, para conectar con épocas más remotas no hay más que llegar hasta la plaza del Castillo. Hoy, este enclave continúa ejerciendo de corazón urbano. Bajo sus soportales, que albergan entre otros el célebre café Iruña que frecuentara Hemingway, se pasea, se conversa y discurre el día a día de la ciudad. Desde ahí, la calle de Espoz y Mina conduce hasta la ruta sanferminera por excelencia: la calle de la Estafeta.
Otro lugar emblemático de la ciudad es la catedral. Elevada sobre los antiguos templos visigótico y románico, es una insólita combinación de fachada neoclásica y claustro gótico. En ella, ante la talla de Santa María la Real, los reyes de Navarra juraban los fueros y en su interior están enterrados, en un bello sepulcro de alabastro, Carlos III el Noble y su esposa Leonor de Trastámara.
Tomando la calle de Mercaderes se llega hasta la pequeña plaza del Ayuntamiento. A continuación, hay que perderse por el casco viejo y entre fachadas barrocas, neoclásicas o modernistas –que de todo hay en Iruña– rendir tributo al patrón de la ciudad, san Fermín, en su capilla de la iglesia de San Lorenzo y, desde la plaza del convento de Recoletas, dirigirse al parque de la Taconera para poder descansar la vista y los sentidos en su frondosidad.
Uno de los mayores encantos de la capital navarra son sus innumerables zonas verdes. El parque de la Taconera, el de Antoniutti y la Ciudadela forman una media luna verde que envuelve la ciudad vieja y la separa de la urbe moderna en la que reina el parque de Yamaguchi, uno de los escasos jardines europeos donde se pueden contemplar especies japonesas. El repertorio de parques urbanos se completa con el de la Media Luna, que bordea el acantilado sobre el río Arga, el de Biurdana de diseño moderno y los de la Vaguada y Mendillorri. Este último acoge un amplio lago y un palacio almenado del siglo xvii.

Hacia la sierra de Aralar
Pamplona tiene la ventaja de permitir acceder, en pocos minutos, a bellísimos parajes naturales, entre los que destaca la sierra de Aralar. Ésta, formada por alturas medias, es una perfecta combinación de prados y robledales. A sus pies, Lekunberri ofrece la belleza de su arquitectura popular y la tradición de sus fiestas. En la cumbre, el santuario de San Miguel in Excelsis aparece envuelto en la historia y la leyenda. La primera, por su románico purísimo y su condición de custodio durante más de ocho siglos de una de las joyas del arte navarro: un magnífico retablo de esmaltes sobre armazón metálico, fechado hacia 1180, que hoy puede contemplarse en el Museo de Navarra de Pamplona. En cuanto a la leyenda, se dice que en su construcción intervinieron manos celestiales. Aralar, en cualquier caso, es un auténtico milagro. Pero el prodigio no es otro que la explosión de color –marrones y dorados en otoño; verdes en primavera– que la sierra ofrece gentilmente a quien llega hasta ella para disfrutarla.

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