VITORIA

Un paisaje urbano que combina tradición y modernidad.

Por María Unceta
Presentar Vitoria, ciudad de tanto prestigio, no resulta tarea fácil. Su casco de origen medieval ha sido rehabilitado conservando la estructura intacta; el ensanche trazado en el siglo xix ha ido mejorando con el paso del tiempo; sus barrios modernos son modelo de urbanismo, y en el ranking de las ciudades europeas con mejor calidad de vida tiene una alta calificación.
Quizá la mejor manera de trabar conocimiento con Vitoria sea acercarse a la plaza de la Virgen Blanca. Aquí la ciudad bulle a cualquier hora del día, como si fuera obligado pasar por ella para tener carta de vitoriano. Antiguamente protegida por puertas amuralladas, desde que aquéllas cayeron se convirtió en el espacio abierto que ahora vemos. Es lugar de trasiegos diarios y punto donde la ciudad medieval se entrega en brazos del Ensanche moderno. Si nos situamos en la parte baja, la vista se enfoca de forma automática hacia la doble arcada del pórtico de San Miguel; allí, sobre el pilar central y bajo un templete barroco, reposa una estatuilla de refinada traza. Tal vez no sea deliberado, pero la imagen gótica de la patrona de Vitoria, la Virgen Blanca, que se pierde en las dimensiones de la plaza, marca el límite entre la ciudad vieja y la nueva.

El recuerdo de un triunfo sonado
Reparemos ahora en el monumento que ocupa el centro de la plaza. Hay quien sostiene que estropea la perspectiva, pero para mí es parte esencial del conjunto, inimaginable sin esa alegoría en bronce y piedra erigida para recordar que Vitoria vino a ser el Waterloo de Napoleón en la Península.
Entre las plazas vecinas, su competidora más directa es la de España, aunque es muy diferente. Frente a la irregularidad y dispersión de la plaza de la Virgen Blanca, en ésta mandan el cartabón y la plomada. Tiene cuatro lados iguales, con dos alturas sobre arcadas, y un aire solemne que humaniza las sombrillas de las terrazas. En ella todo es sosiego, el tráfico nose oye, y bajo los arcos aún quedan algunos comercios tradicionales, de los que Vitoria sigue estando bien surtida. Cuando se construyó, entre 1781 y 1790, se le llamó plaza Nueva porque encarnaba los ideales de renovación propios de una burguesía ilustrada decidida a dotar a su ciudad con un espacio de prestigio.
Presentadas las dos plazas, me inclino por seguir el orden cronológico: primero el casco medieval, y después los sucesivos ensanches. La parte antigua tiene la forma de una almendra; en la zona más ancha, el límite sur lo dibujan las iglesias de San Miguel y San Vicente y, entre ambas, el palacio de Villa Suso; en la punta norte se sitúa la iglesia de Santa María, la catedral vieja de Vitoria. Este núcleo creció a partir del siglo xii sobre la colina del Campillo, empezando por el vértice que hoy ocupa el Centro Cultural del palacio de Montehermoso.
Las calles forman aquí anillos que se comunican por cantones estrechos y en cuesta. Muchas de ellas conservan nombres de los oficios de la época: Cuchillería, Herrería, Zapatería, Pintorería... Y es que los artesanos y mercaderes fueron factor clave en la economía de la ciudad medieval.

Modernidad en espacios medievales
En estas calles vemos casas de piedra y ladrillo con muchos siglos a sus espaldas que albergan talleres de nuevos artesanos y comercios modernos; palacios que pertenecieron a un puñado de linajes nobles y hoy son instituciones de cultura; escudos de armas y aleros labrados en las fachadas donde se instalan bares y restaurantes. Y, en lugares privilegiados, las cuatro parroquias –entre ellas la catedral gótica de Santa María, temporalmente cerrada por obras– que dominaron la vida religiosa de la ciudad.
No podemos dejar el centro gótico sin visitar el Museo de Naipes –calle Cuchillería–, en el antiguo palacio de los Arrieta-Maeztu. A los aficionados a las cartas les resultará familiar el nombre de Heraclio Fournier, fabricante vitoriano de naipes desde 1868, de cuyos fondos procede la colección de más de 3.400 barajas que se exponen aquí.
Para introducirnos en la ciudad decimonónica hay que pasar por los Arquillos. Este par de edificios, construidos entre 1781 y 1790, se adaptan al desnivel del terreno y hacen de nexo entre la ciudad medieval y el nuevo espacio urbano. Si nos asomamos a sus barandillas vemos, por un lado, la plaza del Machete y, por el otro, la parte baja donde se extiende el Ensanche romántico.
La llegada del ferrocarril en 1862 supuso el impulso para la urbanización de toda una zona de arrabales, huertas y conventos de Vitoria. Por estas calles, que tienen su eje principal en la de Eduardo Dato, fluye la vida social, comercial y económica de Vitoria. Como complemento perfecto de las fachadas de piedra resaltan los miradores blancos, mientras el asfalto, salpicado de árboles, esculturas y bancos para el descanso, es el reino de peatones y ciclistas.
A mediodía, cuando el sol suaviza los rigores del invierno vitoriano, es el momento ideal para pasear por el parque de La Florida, el más característico de una ciudad en la que abundan los espacios verdes. Casi cien especies diferentes de árboles, y otras tantas de arbustos, se agolpan en este reducido espacio que, por arte de quienes lo ingeniaron, parece multiplicar su tamaño.
Varios museos, como el de Bellas Artes y el de la Armería, o instituciones, como el Gobierno Vasco ocupan algunos de los palacetes con jardín que se levantan cerca del parque. Si seguimos, una agradable caminata nos llevará, pasando por el campus universitario y el parque de El Prado, hasta la basílica de San Prudencio de Armentia, uno de los hitos del Camino de Santiago en Álava. La placidez rural que envuelve la iglesia románica y el minúsculo barrio vecino es tal, que Vitoria, ciudad tranquila donde las haya, nos parece desde aquí una urbe agitada y trepidante.

1 Comment:

  1. Unknown said...
    Muy bien contado. Fuimos a Vitoria el mes pasado y nos encantó. Nos alojamos en pleno centro de la ciudad en un apartahotel precioso, esta es su página http://www.ondoloinvitoria.com merece la pena, es como estar en casa.
    Recorrimos todos los sitios que cuentas y fue precioso. Una ciudad con mucho encanto.

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