LA PALMA

Una ruta alrededor de la isla más verde de las Canarias nos abre un sorprendente cofre donde se esconden tesoros en forma de bosques milenarios y volcanes.

Por Rafael Badía
Al margen del turismo de masas, la isla canaria de La Palma todavía es un remanso de paz para quienes deseen olvidarse del resto del mundo. Los palmeros lo tienen bien claro, por lo que no hacen demasiada propaganda de su tierra, aunque de puertas adentro la miman y piropean como si se tratara de una muchacha guapetona. Tanto es así, que con frecuencia la denominan por el sobrenombre de «Isla Bonita». Un apelativo que no le parecerá en absoluto exagerado al visitante, una vez haya disfrutado de las cumbres, volcanes, playas de arena negra y los bosques de pinos gigantescos. También le dejará buen sabor de boca el trabajo del hombre, materializado en la arquitectura tradicional de tejado de cuatro aguas, las tallas flamencas que albergan las iglesias y los exquisitos trabajos artesanales.
Un recorrido por esta isla al noroeste del archipiélago canario exige contar con un vehículo de alquiler y proveerse de pastillas contra el mareo, puesto que las carreteras de este territorio montañoso deparan, literalmente, cientos de curvas cerradas y sinuosas al borde del precipicio.

Una ruta con inicio en Santa Cruz
El recorrido más recomendable es el que da la vuelta a la isla en el sentido de las agujas del reloj, con inicio en la capital insular, Santa Cruz de La Palma. En ella hay que empezar por la triangular plaza de España, centro de la ciudad. Allí se alzan el Ayuntamiento, de atrio con pórtico; la iglesia del Salvador, de fachada renacentista; el antiguo convento de San Francisco y, buscando el equilibrio del conjunto, un par de casas señeras. En el núcleo histórico de la ciudad son frecuentes las construcciones familiares de fachadas planas realzadas por los balcones de estilo canario, muy ornamentado. Estas viviendas con varios siglos a las espaldas pueden admirarse al deambular por la calles Van de Valle, O’Daly o la Avenida Marítima, enfrentada al océano, lo que es una rareza, puesto que el palmero suele hacer su vida dándole la espalda al Atlántico.
Antes de tomar la carretera de circunvalación, dirección sur, conviene acercarse hasta el santuario de la Virgen de las Nieves, a las afueras de la capital. Allí se encuentra la muy venerada patrona insular, un trabajo de terracota del siglo xiv importado de la Península y de factura anterior a la conquista de la isla por el capitán castellano Alonso Fernández de Lugo en 1493.

La cerámica de los auaritas
Llegamos a la villa de Mazo. En su museo-taller, llamado El Molino, se exponen algunas piezas de cerámica aborigen de la época de la conquista. Esta población destaca por su artesanía textil –calados y bordados– así como por las reproducciones de los antiguos utensilios de barro creados por los auaritas, los pobladores originales de La Palma. De color negro y con decoración de dibujos mediante sencillas incisiones, estos tarros de traza prehispánica todavía se crean como antaño, sin la ayuda de un torno, por el sistema de la superposición de «churros» de barro.
La relación entre la tierra y el fuego tiene su mejor aula al aire libre en el extremo sur de La Palma. Allí se localizan los volcanes San Antonio y el Teneguía. Este último es fruto de una erupción en 1971, que se saldó con un «estirón» insular de dos kilómetros cuadrados. De fácil acceso, en este paisaje lunar se puede apreciar la tierra todavía caliente a unos pocos centímetros de profundidad y la riqueza del suelo, muy apto para el cultivo de la vid. La malvasía es el más conocido de los vinos de la vecina Fuencaliente, un caldo ya apreciado por Falstaff, personaje de Shakespeare.

Los Llanos, motor de la isla
Continuar la ruta en dirección norte supone internarse en los territorios de poniente, esa otra mitad de la isla donde no se siente de forma tan clara el soplo de los vientos alisios. Una opción es elegir la carretera costera, vía de acceso a la playa de Puerto Naos y al puerto de Tazacorte, principal muelle para las barcas de pesca. La alternativa es la carretera interior que lleva al valle de Aridane, área dedicada al cultivo del plátano y verdadero motor comercial de la isla. Aquí se extienden las poblaciones de El Paso y Los Llanos de Aridane, esta última ejerce de oficiosa capital del occidente palmero. Al igual que Santa Cruz, Los Llanos también cuenta con su plaza de España –en cuyo quiosco, y frente a un café dulzón, todavía se cierran muchas transacciones comerciales– y una buena muestra de arquitectura secular, como la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, cuyo campanario está realizado con piedra volcánica.

Retablos flamencos
La ruta hacia las pequeñas poblaciones del norte pasa por el mirador de El Time, elevación de 300 metros desde la que puede contemplarse todo el valle de Aridane y, al fondo, la formidable espina dorsal de la isla, cuyo techo es el Roque de los Muchachos, de 2.426 metros de altitud. En esta cima se erigen varios telescopios y demás ingenios para el estudio de la astrofísica, pues se trata de uno de los mejores enclaves del hemisferio norte terrestre para ello.
Pasado El Time se llega a Tijarafe, la primera de un rosario de coquetas poblaciones como Puntagorda, Garafía, Barlovento o San Andrés y Sauces. Todas ellas disfrutan de una atmósfera sosegada y alguna que otra joya oculta, como las tallas flamencas de sus iglesias, procedentes del comercio que existió en los siglos XVI y XVII con los Países Bajos. Entre las más notables destaca la Piedad de la iglesia de Montserrat de San Andrés y Sauces, templo que debe su nombre a que muchos de los pobladores originales de esta localidad procedían de Cataluña.

Dormir bajo las estrellas
En las proximidades de estas poblaciones comienza el territorio indicado para aquellos que gusten del senderismo. La excursión a Los Tiles –un bosque de lauráceas que parece sacado de un cuento de hadas del norte de Europa– y a los nacientes de Marcos y Cordero son la oportunidad de gozar siguiendo caminos que recorren terrenos escarpados de vegetación muy frondosa.
Pero estos enclaves son, a pesar de su valor intrínseco, meros aperitivos del plato fuerte de la naturaleza palmera: el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente. Declarado espacio protegido en 1954, la Caldera es un inmenso cráter de diez kilómetros de diámetro coronado por el Roque de los Muchachos, al que sólo puede accederse a pie en excursiones guiadas por un guarda forestal. La acampada exige un permiso del Icona, con lo que se asegura al visitante la contemplación sin estridencias de las cascadas, de los bosques de pino canario de hasta cincuenta metros de altura o de algunas especies vegetales y animales de carácter endémico. Pasar noche en la Caldera, bajo un cielo estrellado es, por sí solo, atractivo suficiente para viajar hasta esta isla en forma de gran corazón de piedra. Y, como los palmeros, dedicar alabanzas a la Isla Bonita. En voz baja y entre amigos, no vaya a ser que se entere todo el mundo.

1 Comment:

  1. Unknown said...
    Hola quisiera saber donde está el paisaje de la fotografia , vivo en la isla y es totalmente desconocido para mi .
    Gracias

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