RIBERA DEL DUERO

Seguimos el discurrir del Duero por tierras castellanas cargadas de historia y entre los viñedos que producen algunos de los vinos más famosos del mundo.

Por Pedro MaderaMientras el Duero vigila los viñedos de donde salen algunos de los vinos más famosos del mundo, el curso de este sinuoso río recorre tierras castellanas que guardan bellísimos rincones cargados de historia. Estamos en el límite oriental de la provincia de Valladolid, con Peñafiel a la vista, pero sabiendo que en esta zona todos los pueblos que salpican las orillas del Duero merecen una visita detenida ya que están cargados de bellezas artísticas.

Bodegas en Peñafiel
Peñafiel es el inicio de nuestra ruta por el mundo de las bodegas del Duero, preñadas de uvas tintas, la famosa «tinta del país». Desde tiempos inmemoriales se conocen los claretes de esta zona –que todavía se beben en los tapeos–, pero en los últimos veinte años los tintos de reserva hacen las exquisiteces de los mejores paladares. Para los amantes del buen beber, estamos en el terreno de la joven, pero pujante, Denominación de Origen Ribera del Duero, que ha logrado en un corto margen de tiempo situarse en una posición de privilegio en el gusto de los gourmets.
La silueta del castillo de Peñafiel, situado en una colina horadada por largos túneles donde madura el vino, domina toda la ciudad. Estamos en tierra de leyendas e infantes, como don Juan Manuel, que vivió en este castillo en el siglo xiv y que escribió El conde Lucanor, una de las obras magnas de las letras castellanas. A pesar de los desastres urbanísticos, es una delicia perderse por las callejas de Peñafiel y disfrutar de la visita sin prisas: la plaza del Coso, que conserva su estructura original de madera, la judería, la torre del Reloj y los conventos de Santa Clara y San Pablo –el primero de estilo barroco y el otro plateresco– son algunos de sus atractivos.

Conflictos de fronteras
Al otro lado del río, a unos cinco kilómetros de Peñafiel, encontramos Curiel de Duero. Esta villa rodeada de valles, sirvió de plaza defensiva cuando el Duero marcaba la frontera entre los reinos cristianos y el poder musulmán. Una pequeña excursión a pie nos llevará hasta el castillo de doña Berenguela en lo alto de un cerro. Curiel, villa castellana con picota blasonada incluida, tiene su mayor atractivo en la iglesia de Santa María, un armonioso templo, mezcla de estilos gótico, mudéjar y románico.

De orilla a orilla
El Duero siempre marca nuestra ruta, como si volviéramos sobre lo ya andado. Cruzamos de nuevo al otro lado del río para llegar a una villa histórica, Nava de Roa. Antes pasamos por Castrillo de Duero, donde los lugareños tienen un ilustre paisano. Aquí nació Juan Martín el Empecinado, invicto guerrillero que se opuso a los franceses en la guerra de la Independencia. En medio de casas con escudos y blasones, aún es posible encontrar la que habitó este personaje.
Entramos en la provincia de Burgos y en nuestro camino hacia Nava son muchas las bodegas que vamos encontrando en la margen izquierda del río. En medio de la llanura, Nava de Roa nos recibe con sus callejas estrechas.
De todo lo que ofrece Nava, que es mucho, nos recomiendan subir al monte donde está la ermita barroca de Santa Ana. Hacemos caso al amable vecino burgalés y las vistas no nos decepcionan. La armónica imagen del pueblo de casas bajas en medio del llano sólo es interrumpida por la figura de la iglesia de San Antolín.
Siguiendo el vado del río, seguimos hasta Aranda de Duero. El casco antiguo es una joya de los siglos xv y xvi y en él sobresalen las iglesias góticas de Santa María la Real y San Juan, así como el palacio renacentista de los Berdugo.

Un sabroso asado
Aranda también es famosa por sus fogones y sería imperdonable no dejarnos caer por alguno de los mesones que jalonan la ciudad. Nos decidimos a entrar en uno de ellos para degustar el tradicional lechazo asado y las morcillas de arroz. Un auténtico deleite. Antes de partir, visitamos también alguna bodega.
Atravesando tierras de vid, remolacha y cereal, dejando abajo el Duero, enormes bosques de pinos nos avisan de nuestra llegada a Villanueva de Gumiel. Aquí la industria vinícola comparte protagonismo con la maderera y existe una arraigada y curiosa afición de la que uno no puede evadirse.

Jugando a bolillos
Resulta muy simpático ver a hombres y mujeres de todas las edades jugando a los bolillos, los típicos bolos de madera. Aquí todo el mundo disfruta de este juego, sea en los calveros de los pinares, en las explanadas de las bodegas o en cualquier otro lugar.
En estas tierras de viejas refriegas entre moros y cristianos, el castillo de Peñaranda de Duero, antigua frontera entre sarracenos y castellanos, nos indica el final de nuestro viaje. La maciza torre y sus torreones sirven de entrada a la plaza Mayor. Tras pasar por un estrecho portal, vemos el rollo gótico –una columna de piedra labrada del siglo xvi, símbolo de la justicia– y la portada barroca de la colegiata abacial. Aquí, entre típicas casas castellanas, llegamos al final de esta ruta de los vinos del Duero: tierras sembradas de viñas que ofrecen reputados caldos mientras se degusta una excelente dosis de historia y paisaje.

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