Inmenso y rico bosque de hayas en Guadalajara.
Por M. Eugenia Casquet
El otoño es la época de esplendor del hayedo de Tejera Negra, hasta el punto de que los fines de semana de octubre hay que solicitar un permiso para visitarlo. Sin embargo, este rincón del noroeste de Guadalajara, protegido ya en 1974 como sitio natural de interés nacional, y convertido en parque natural cuatro años después, es digno de ver en cualquier época del año. El recorrido por el parque no es sólo una delicia para los sentidos sino también una experiencia muy didáctica y constructiva.
Rutas bien contadas
A lo largo de las rutas establecidas por el hayedo se han dispuesto paneles explicativos que, de forma discreta y oportuna, muestran textos claros y dibujos que permiten, hasta a los más neófitos, acabar el paseo reconociendo muchas de las especies naturales que pueblan este enclave bañado por los ríos Lillas y Zarzas: las hayas con sus hojas ovaladas y sus troncos lisos, los robles con su esqueleto rugoso y sus hojas lobuladas, o el abundante pino silvestre –producto en parte de la repoblación– con su esbelto y rectilíneo cuerpo de tonos asalmonados y su copa verde oscura. De vez en cuando, uno se topa con solitarios tejos que, a pesar de dar nombre al espacio protegido, son menos abundantes.
Aves, como el cuco, con su inconfundible canto, el herrerillo común, o el petirrojo, pueden verse si el caminar del visitante es pausado y silencioso. Corzos, jinetas, jabalíes, topos, o el simpático lirón careto, aunque más difíciles de ver, también pueblan el lugar.
Por su parte, los pastos para el ganado y la lograda reproducción de una carbonera tradicional son testigos del aprovechamiento humano de este medio a lo largo de la historia. Así, una de las dos rutas que se pueden seguir, la más interesante, se denomina senda de las Carretas, pues por ella bajaban los carros cargados con el carbón vegetal obtenido antaño de sus bosques.
Del Centro de Interpretación del parque que, cercano al pueblo de Cantalojas, da entrada al espacio protegido, sale una pista transitable para coches que conduce a Majaelrayo, uno de los pueblos más característicos de la llamada arquitectura negra de Guadalajara, donde las casas, con
paredes y techos de negra pizarra, se conservan en perfecto estado. Situado a los pies del Ocejón, de 2.048 metros, es además el lugar ideal para los montañeros que quieran ascender a este pico.
Pueblos negros
Si se viaja en coche, la carretera sigue hacia el sur y pasa por pueblos «negros», como el precioso Campillo de Ranas, o Campillejo, dominados también por la pizarra. Al acercarse a Tamajón, hay que visitar la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales y, a su vera, un singular paisaje calizo con arcos y formaciones diversas recuerda, aunque en mucho menor escala, a la conquense Ciudad Encantada.
A continuación se halla el inexpugnable pueblo de Atienza que, coronado por un castillo y protegido por murallas, ocupa lo más alto de una colina. Se llega hasta aquí a través de la llamada ruta del Románico rural, que permite contemplar iglesias como la de Campisábalos o la de Albendiego. Una vez en Atienza, con su plaza porticada y sus casas blasonadas, no hay que perderse el Museo de San Bartolomé cuya iglesia esconde, además de arte sacro, una de las mejores colecciones de fósiles y conchas marinas de España. Sin duda, una genial sorpresa del pasado para concluir este viaje del presente.
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