TIERRAS DEL RIBEIRO

El Miño juega con las viñas, aldeas y balnearios del oeste orensano.

Por María UncetaNo es uno, sino tres los ríos que riegan esta comarca volcada desde hace siglos en la elaboración del vino. El Miño y sus afluentes, el Avia y el Arnoia, labran una sucesión de valles, forman recodos sinuosos cubiertos de vegetación y pozas donde se remansan las aguas, abren laderas en forma de terrazas que suben desde las orillas, y dejan al descubierto miradores desde los que se dominan superficies extensas que son patrimonio del bosque y de las viñas. Pueblos y parroquias, aldeas poco habitadas, monasterios, balnearios y cru-ceiros se suceden en esta zona al sudoeste de Orense.

Del verde al dorad
El territorio del Ribeiro está protegido de los vientos del Atlántico por la sierra de Laboreiro, lo que le proporciona un ambiente suave: húmedo para que las viñas reciban su dosis de agua y caliente y soleado en verano para que alcancen su correcta proporción de azúcares. El paisaje dominante lo componen esas laderas escalonadas en bancales en las que se asientan las viñas, trepando por hilos metálicos o sujetas a pivotes de granito, emparradas para evitar el contacto con el suelo excesivamente húmedo, y que van cambiando su tono, del verde al rojo, a medida que se acerca el tiempo de la vendimia. Parece que los romanos ya cultivaban las viñas y que los monjes cluniacenses intensificaron la producción al calor del Camino de Santiago.

Un vino con historia
El final de la Edad Media fue la época gloriosa del Ribeiro. Algunos historiadores apuntan que la prohibición por parte de Felipe II de comerciar con los países protestantes abrió los mercados al Oporto portugués y fue el inicio de la decadencia del Ribeiro; las plagas del oidium y la filoxera, en el xix, hicieron el resto, y el Ribeiro bajó de calidad y quedó circunscrito a un vino consumido en el entorno en el que se producía. A mediados del siglo xx, se recuperaron las variedades de uva autóctona, que habían sido sustituidas tras la filoxera por variedades foráneas, se modernizó la tecnología de las bodegas y el vino recuperó calidad y prestigio.
Ribadavia, la hermosa capital de la comarca, tuvo también su época de esplendor en la Edad Media, hasta el punto de que llegó a ser capital del reino de Galicia entre 1065 y 1071. Buena parte de la historia de esta población, declarada conjunto histórico-artístico, está ligada al linaje de los Sarmiento, quienes construyeron en el siglo xv, en una zona elevada de la población, el castillo que deja ver parte de la muralla que rodeaba la villa. Desde aquí va bajando el casco urbano hacia el río Avia, descubriendo a lo largo del paseo edificios medievales de piedra gris, plazas con soportales, palacios con escudos heráldicos y callejas intrincadas que formaron el núcleo de una pequeña judería.

A ambos lados del Miño
Dos carreteras bordean el Miño desde Ribadavia hasta el sur de la provincia de Orense. En la orilla derecha las paradas más interesantes son Francelos –famosa por sus anguilas y por la iglesia de San Xés de Francelos, una pequeña joya prerrománica– y el monasterio de Santa María de Melón.
Siguiendo la orilla izquierda, el río Miño, embalsado por la presa de Frieira, se ensancha y pierde su bravura pero ofrece magníficos panoramas y la posibilidad de surcar sus aguas en catamarán. Entre prados y bosques, las iglesias de San Salvador de Arnoia y San Miguel de Valongo lucen sus espadañas de piedra y sus torres barrocas.
Una excusión muy aconsejable es la que nos llevará hasta Celanova, en las afueras de la comarca del Ribeiro. Pero el monasterio barroco de San Salvador, con una iglesia y un claustro magníficos, y el recinto celta y romano de Castromao justifican de sobras este pequeño quiebro en la ruta.

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