Ibiza y Formentera

Las islas Pitiusas ofrecen todo su encanto en cualquier época del año. Más conocidas por su ambiente festivo y multicolor veraniego, no hay nada mejor que descubrir sus rincones, pueblos y playas donde el protagonismo lo tiene la historia, el paisaje y, sobre todo, la tranquildad y el sosiego.

Por Antonio Colinas
¿Qué haría si ahora llegase a la isla de Ibiza por vez primera? Si lo hiciese en barco, no haría nada: me quedaría inmóvil en la cubierta. Primero, al pasar frente a la mole rocosa e irreal del islote de Es Vedrà; luego, como sumergido en un sueño, me mantendría tembloroso entre los islotes y escolleras que se abren entre Ibiza y Formentera. Más tarde –dejado ya a la derecha el faro de Botafoc–, vería cómo la capital, que en el tiempo ha sido tantas ciudades –Ibosim, Ebusus, Yabisah, Eivissa, Ibiza–, cambia bruscamente de apariencia.

Las primeras imágenes
Primero, la ciudad de Eivissa nos parecerá plenamente medieval o renacentista, elevada sobre su muralla, con los perfiles inconfundibles del castillo y de la catedral. En esta primera visión, todo el protagonismo es de la piedra que se yergue hierática sobre el despoblado de El Soto.
Luego, con el barco ya en el interior del puerto, me demoraría en la cubierta de la nave viendo cómo la ciudad se abre al norte como un anfiteatro de muros y de calas. Casas y palacios ascienden escalonadamente; tienen incrustados, aquí y allá, pequeños jardincillos con algunos pinos, olivos y palmeras. Distinguiremos también, a medida que levantamos la vista, los tres cercos de las impresionantes murallas que tiene esta ciudad: las renacentistas, las árabes –con su especial torreón rojizo a la altura del antiguo Seminario– y las murallas púnicas, las más primitivas, incrustadas ya en la base del castillo y en las casas-palacios más elevados de la calle Mayor.
De este primer encuentro con la capital ibicenca deberás tomar, querido viajero, nota de algunas visitas que, ya en tierra, deberás hacer. En primer lugar, a su acrópolis, en la que, junto al castillo y la catedral, encontrarás uno de los dos museos arqueológicos que tiene la isla, una visita ineludible para ver la evolución histórica de la misma. También en lo más elevado de la ciudad, hallarás las explanadas de algunos baluartes desde los que hay vistas inolvidables hacia los cuatro puntos cardinales –muy especial, el de Santa Lucía, con su punta de quilla de barco.
Ya hemos aludido al triple anillo de murallas; pues bien, será interesante recorrer todo el cerco de las murallas renacentistas, iniciadas por Carlos V y finalizadas en tiempos de Felipe II para acabar con los peligros de las invasiones del norte de África. Un arquitecto italiano, Calvi, fue el principal autor de estas murallas, únicas en verdad entre las más bellas del Mediterráneo.
También habrá que dedicar tiempo a extraviarse por las placitas y callejuelas de la ciudad antigua o Dalt Vila. Por cualquiera de las tres puertas de acceso –la de las Taules, la del Portal Nou y el portillo de El Soto– te sentirás sumergido de golpe en otro tiempo. Descubrirás rincones secretos, lo que fue arrabal árabe, y podrás hacer un alto, ascendiendo o descendiendo, en otros tres museos de la ciudad, el del Hospitalet, dedicado a exposiciones de arte actual, el Museo de Arte Contemporáneo, un centro histórico y afamado por sus Bienales ya desde los años 50, y el Museo Puget, dedicado a un ilustre pintor ibicenco.
Lugar de llegada o de partida son abajo, junto al puerto, los barrios de La Marina y de Sa Penya. El primero siempre fue el barrio comercial y portuario; el segundo, el barrio de pescadores. De día, pero sobre todo de noche, ambos lugares son visita obligada, porque ofrecen lo mejor de la Ibiza abigarrada y multicolor en sus tiendas y boutiques, en sus bares y restaurantes de todas las categorías, en la infinidad de puestecillos de los artesanos, en la animación de sus terrazas desde las que uno puede asistir al desfile de los personajes más variopintos. Pensarás que estás en Carnaval, pero no, estás, sin más, en la Ibiza del verano –no olviden los noctámbulos que la isla ofrece también una «ruta de las discotecas».

Las dos caras de Ibiza
Si la visita es en los meses no turísticos, te asombrarás de la serenidad que te rodea en el puerto de Eivissa. Son las dos caras de la isla, las dos caras que te ofrecen sus dos antiguos dioses: Bes, un diosecillo maligno y burlón de raíz egipcia, y Tanit, la diosa púnica y telúrica por excelencia. A cada momento y en cada lugar de la isla te encontrarás con estas dos versiones del mismo lugar.
Extramuros de la ciudad antigua hay algunos lugares de visita obligada. El paseo de Vara de Rey, que lleva el nombre –y aquí tiene estatua– de un general ibicenco de la guerra de Cuba, es el ágora bulliciosa de la ciudad, aunque en los últimos años se ha trasladado a la cercana plaza del Parque. Bajo los pinos y en las terrazas de esta placita, contemplando de noche las murallas iluminadas, te encontrarás la misma Eivissa abigarrada del puerto, pero con una atmósfera más tranquila y sin huellas del tráfico.
Bordeando las murallas y siguiendo bien la Vía Púnica bien la Vía Romana, llegarás a otro de los enclaves ineludibles de la isla: la Necrópolis Púnica, la mayor del mundo, con sus tres mil hipogeos. La necrópolis se halla en una ladera llena de olivos centenarios, la de los Molinos, y rodea el segundo de los museos arqueológicos de la isla, el del Puig des Molins. Los antiguos molinos de viento todavía se pueden divisar coronando la cima de la necrópolis. En uno de ellos, residieron en el verano de 1936 Rafael Alberti y su primera mujer, María Teresa León.
Si te alojas en la capital y buscas un lugar cercano para el baño, deberás acudir a las playas de la bahía de Talamanca, con su punta rocosa, más solitaria, y las más visitadas y extensas de Figueretas o d’en Bossa, esta última coronada en su final por la torre de la Sal Rosa. En los recovecos rocosos a levante de Dalt Vila, a los pies de las murallas, encontrarás también algunos rincones solitarios si te gustan las aguas profundas.
Esto es lo que yo haría si llegara en barco por primera vez a la isla, pero ¿a dónde me dirigiría si llegase en avión? Si lohiciese en avión y llegara agobiado por el tráfico de una gran ciudad, me iría directamente a la playa de Ses Salines, sin duda la más hermosa y la de aguas más cálidas de la isla, y que tan cerca se halla del aeropuerto. Podría pasar todo el día en esta playa, sin hacer nada, sólo bañándome en sus aguas transparentes y contemplando los azules del cielo y de la mar. Pero quizás antes me habría dado un paseo hasta la robusta torre de Ses Portes, la que hay al final de esta playa, bien por la orilla del mar o –en los meses tranquilos– por el pinar interior que la bordea. No olvides tampoco que Ses Salines es un parque natural, especialmente protegido; en sus estanques salinos de mil colores podrás encontrarte con bandadas de aves vistosas en determinadas épocas del año.
Después alquilaría un coche para perderme en el interior de la isla. Porque la Ibiza interior no es menos bella que la costera. Si he establecido mi base en la capital, haría enseguida escapadas a las iglesias rurales más cercanas: la de San Jorge, la de San Rafael o la de Nuestra Señora de Jesús. Dentro de esta última, rodeada de naranjos, podrás ver el retablo más valioso de las Baleares.

Los templos del interior
Al lado de estas iglesias rurales encontrarás siempre una paz y una belleza únicas de calas y de luces fogosas. Todos los pueblos de Ibiza tienen su destacado templo que deberías visitar; algunos, como el de Santa Eulària des Riu, de los más bellos y rotundos, con sus grandes arcadas y su cementerio, sobre una cima desde la que hay bellas vistas sobre la desembocadura del único río de la isla. Otra iglesia, como la de Sant Antoni de Portmany, tienen muy cerca el templo-gruta paleocristiano de Santa Inés. De noche, junto a la iglesia de Santa Gertrudis, hallarás una Ibiza turística, pero mucho más relajada. Hacia el mes de febrero, no hay que perderse el llano de Corona, en Sant Carles, con su inmensidad de almendros floridos contrastando con la tierra roja como lasangre; inolvidable es, sobre todo, un paseo de noche por este valle, con estos árboles totalmente blancos, bajo la luna llena.
La isla se presta también a hacer excursiones muy apacibles, a pie, por los acantilados del norte, con la calita, en forma de corazón, de Portitxol. Los últimos hippies muestran sus artesanías en el mercadillo de las Dalias, los sábados, en Sant Carles. Un mercado más bullicioso y variado es el de Punta Arabí –en Es Canar–, los miércoles. Si buscas una Ibiza más secreta, pregunta por sus pozos y fuentes, y emprende la aventura de buscarlos. No olvides tampoco descubrir la originalidad y el valor arquitectónico de las casas payesas ibicencas, de las que la isla ofrece testimonios innumerables y muy bellos; construcciones de raíz oriental muy bien estudiadas por el arquitecto Rolph Blakstad. Si amas la soledad, búscala en San Mateo y su llano con higueras. Y si lo que prefieres son las huellas de la prehistoria ibicenca, ve a la cueva de Ses Fontanelles, en la costa de Sant Antoni cerca de la cala Salada.
La isla de Ibiza es inconcebible sin la de Formentera, son islas hermanas. Los antiguos griegos las reconocían como islas Pitiusas –islas Pinosas–, aunque la raíz de la palabra Formentera –Frumentaria– alude a la producción de cereales. Un texto del siglo XVI la reconoce como Ovejera. Sin duda, el mismo pasado boscoso, bucólico y pastoril va unido a ambas islas. Hoy, sobre todo, Formentera destaca por su dulce clima, por su calma –especialmente en los meses no turísticos– y por proporcionarnos un contacto muy especial y directo con la naturaleza.
Las contemplaciones del mar desde sus acantilados, los paseos en bicicleta por sus salinas y sus faros, el sentir en la piel ese aire y ese sol suaves y diferentes, la distinguen. Sus reducidas dimensiones acrecientan en el viajero que la goza de la sensación de infinitud y de aislamiento. El baño en sus playas no se puede comparar con ningún otro y el bronceado especial que proporcionan su solysu brisa se aprecia a las pocas horas de estar en ellas.
Los orígenes de Formentera están en el monumento megalítico de Ca Na Costa y en los poblados del neolítico del cabo de Barbaria, en cuya excavación tuve la suerte de participar en jornadas inolvidables de primavera. También en Formentera excavamos los restos de un fortín romano –siglo IV d.C.– que parece que no llegó a ser ocupado.
Hay en la isla dos cabos inconfundibles: el de La Mola, con resonancias de Julio Verne y de su libro El faro del fin del mundo, y el de Barbaria. Desde ellos las vistas son únicas. Las playas de Tramuntana y la Migjorn, son las más conocidas, pero todas las de la isla son de calidad. No hay que olvidar tampoco, entre Ibiza y Formentera, la lengua de arena de Illetes, la que une Formentera con el islo-te de S’Espalmador. Bañarse en sus aguas, pasar a nado de una isla a la otra, es una experiencia que no puede confundirse con ninguna otra. Y, aunque las poblaciones Sant Francesc y Sant Ferran dan –sobre todo en verano– una imagen muy viva, nunca hay que olvidar la Formentera de los meses apacibles, un remanso ahí, al lado de la ajetreada Europa.

3 Comments:

  1. Ibiza - Eivissa - Ibiza said...
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    Ibiza - Eivissa - Ibiza said...
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